Dentro
de nuestro municipio de Nogueira de Ramuín la joya artística y arquitectónica
más destacada, sin ningún género de dudas, es el Monasterio de San Esteban de
Ribas de Sil. Después de décadas de abandono, hoy en día luce en todo su
esplendor convertido en centro hotelero de la red de Paradores Nacionales,
desde su inauguración en 2004.
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Mi
primer contacto con el monasterio fue a la edad de siete años, acompañando a mi
tío en un acto protocolario celebrado en el Claustro de los Obispos en la
galería superior, donde acudió una autoridad civil para alguna inauguración o
acto público que ahora no puedo precisar. Me impresionó el tamaño y
grandiosidad del lugar, ya que para mí, un niño del pueblo acostumbrado a casas
de unas dimensiones mucho más pequeñas, aquel edificio sobrepasaba con mucho el
tamaño de la iglesia del pueblo, que era lo más grande que yo había visto hasta
ese momento. Aunque no puedo precisar los detalles, si recuerdo una imagen mucho
más gris y con aspecto de viejo, destartalado y descuidado, aunque, eso sí, muy
grande. Esa experiencia está perfectamente viva en mi memoria, ya que fue un
acontecimiento que se salía totalmente de la rutina a la que estaba
acostumbrado. Era una recepción con unas largas mesas con platos de embutidos,
donde yo probé por primera vez una rodaja de salchichón. Esta imagen en la
memoria, es algo completamente trivial, pero que, sin embargo, a determinada
edad y por su excepcionalidad, se recuerda toda la vida.
Durante
muchos años no volví a visitar el lugar, pero desde su conversión en parador de
turismo, una vez restaurado, y habiendo descubierto el camino para ir a pie
desde Armariz, es un paseo que hago cada vez que visito mi pueblo. Acostumbro a
ir desde Requejo hasta el souto de San Ramón, para luego seguir hasta A Ponte,
desde donde subo hasta Santa Cruz o Rubiacós, indistintamente, para desde
Rubiacós coger la pista hasta Cortecadela. Desde allí se toma la ruta que viene
desde la ermita de la Virgen del Monte hacia San Esteban. Sigo esa pista hasta
Pombar, cruzo la carretera y sigo por el camino hasta San Esteban. Este camino
cuesta aproximadamente una hora y media. El perfil del recorrido es, primero
una pronunciada subida hasta Rubiacós, siguiendo luego una subida más suave
hasta Cortecadela, para iniciar un largo descenso hasta San Esteban. La vuelta
es de mayor dificultad, especialmente por la pronunciada subida inicial hasta
Pombar.
Para
los que vayan a pie, un lugar que creo merece la pena visitar son los Penedos
del Castro. Al cruzar la carretera en Pombar e iniciar el camino hacia San
Esteban, enseguida está señalizado un desvío hacia la izquierda que conduce a
los penedos. Parece ser que en este lugar existió un castro celta, típico
poblado fortificado de los primeros moradores de estas tierras. Subiendo el
cerro en el que se encuentran los grandes bloques de roca granítica, se puede
apreciar la inscripción de "Leovigildus". Hay quien opina que por
estos contornos tuvo lugar la batalla de los visigodos contra los suevos que
terminaron con la anexión de reino suevo a la monarquía visigoda en el año 585.
La inscripción sería un testimonio de homenaje al rey visigodo. Es éste un
pequeño desvío en el camino al monasterio, pero poco alejado de la ruta, por lo
que merece la pena perder media hora para visitarlo.
Con
independencia del significado histórico del lugar, que sin duda lo tiene, es
meritorio por su tamaño y por su ubicación en la cima del cerro que se cuelga sobre
el cañón del Sil, con unas vistas espectaculares del río y del monasterio,
imposibles desde cualquier otro lugar.
El
origen del monasterio de San Esteban es incierto, ya que sufrió varios
incendios a lo largo de su historia, siendo el más importante el acaecido en el
siglo XVI, que consumió su biblioteca y archivo, salvándose solo una mínima
cantidad de su documentación. Los fondos bibliográficos destruidos por el fuego
hubieran sido de importancia primordial para conocer datos de indudable valor
histórico, tanto del propio monasterio como del reino de Galicia.
Hay
opiniones que atribuyen su fundación a San Martín Dumiense en el siglo VI,
obispo de Braga y evangelizador de los suevos, consiguiendo su abandono del
arrianismo y aceptación del catolicismo. Otros historiadores creen que se fundó
en el siglo X, donde ya consta un documento de Ordoño II del año 921, en el que
autoriza al abad Franquila a realizar obras en el cenobio, y le concede tierras
y privilegios para ayudar a su sostenimiento económico. Lo más probable es que
inicialmente fuera un lugar de retiro para los eremitas, que buscaban lugares
apartados para dedicar su vida a la práctica religiosa a través del ayunos, la penitencia
y la oración. Este fenómeno es común en esta apartada y escarpada orografía de
la Ribeira Sacra. El ejemplo más evidente de esa práctica es el cenobio de San
Pedro de Rocas, donde en una cueva natural, que luego fue excavada para dar
cabida a una iglesia troglodita, se retiraron eremitas que han dejado ese
monumento revelador de su pasado sencillo dedicado a la oración.
Cuenta
la historia del monasterio de San Esteban, que hubo nueve obispos que abandonaron
sus sedes, dejando sus dignidades y grandezas, en distintos momentos del siglo
X, para recluirse en la austeridad de la vida monacal de este cenobio. Después
de su muerte y a lo largo del siglo XI, se le atribuyeron numerosos milagros y
prodigios, por lo que el monasterio se convirtió en centro de peregrinación.
Esta afluencia de fieles y la popularidad que alcanzó le granjearon privilegios
reales que contribuyeron a su engrandecimiento y esplendor.
Los
nueve Santos Obispos han sido identificados históricamente casi con total
certeza, correspondiendo a los siguientes: Ansurio y Vimarasio, obispos de
Orense; Alfonso, obispo de Astorga; Gonzalo Osorio y Froalengo, obispos de
Braga; Servando, Viliulfo y Pelayo, obispos de Iria Flavia; y finalmente Pedro
de diócesis desconocida.
Bajo
el reinado de los Reyes Católicos, en 1499, y debido a los cambios introducidos
por el concilio de Trento, esta comunidad de monjes benedictinos se incorporó a
la congregación de San Benito de Valladolid. En 1588 se crea en el monasterio
una Escuela de Artes y Filosofía, que pervive hasta la desamortización de Mendizábal,
produciéndose la exclaustración definitiva en 1875. En esta escuela cursó sus
estudios primarios, hasta 1688, fray Benito Jerónimo Feijoo, conocido como Padre
Feijoo, notable figura de la Ilustración española, año, en que con catorce
años, ingresó en la orden benedictina en el monasterio de San Julián de Samos.
Queda
luego este lugar en estado de semiabandono, salvo la iglesia, que continua como
parroquia del vecino poblado. Es declarado Monumento Histórico-Artístico del Patrimonio
Nacional en 1923.
En la etapa democrática surgen proyectos diversos para su recuperación y puesta
en valor. Finalmente se decide convertirlo en centro hotelero de lujo integrado
en la red de Paradores Nacionales, conservando algunas zonas de interés
cultural abiertas al público en general y reservando algunas otras para uso de
actividades sociales, inaugurándose en 2004. Como toda gran obra, fruto de
varios siglos de construcción y ampliaciones, en su estructura y decoración cuenta con elementos románicos, góticos,
renacentistas y barrocos.
Hoy se puede
visita la iglesia, cuya fachada es perpendicular a la del Monasterio, orientada
su cabecera hacia el este, como es habitual en las iglesias, quedando la
entrada orientada a poniente. En el atrio delante de la entrada se ubica un
pequeño cementerio para uso de la parroquia actual.
El templo es
de estilo románico de finales del siglo XII y principios del XIII. Tiene planta
basilical con tres ábsides semicirculares en la cabecera, la nave está cubierta
por una bóveda de crucería que sustituyó en el siglo XVI a la original techumbre
de madera. La fachada principal es sencilla, enmarcada por dos torres campanario
construidas a finales del siglo XVII y principios del XVIII. En medio de ambas
como remate de la fachada hay una hornacina con la imagen de San Esteban. En el
interior destaca un retablo del siglo XII, tallado en piedra, representando a Jesucristo
y sus doce apóstoles, con S. Pedro a su derecha y S. Pablo a su izquierda. Fue descubierto
en uno de los muros de la segunda planta del claustro grande cubierto de cal por
lo que se cree que formaba parte de otra iglesia anterior. En la nave central,
en el ábside, y por encima del retablo del altar mayor, se abre un rosetón que
arroja un rayo de luz matinal que atraviesa la iglesia. La fachada principal
cuenta con otro rosetón que ilumina el templo en las puestas de sol.
Adosado a la
iglesia se encuentra el monasterio propiamente dicho. Consta de tres claustros,
alrededor de los cuales se distribuyen las distintas dependencias monacales,
que han quedado integradas en el complejo hotelero. La zona visitable por los
turistas se limita a los tres claustros y a la galería superior del Claustro de
los Obispos.
En este
cuerpo superior del Claustro de los Obispos se puede visitar una exposición
permanente del escultor y etnógrafo Florencio de Arboiro. En esta exposición
podemos disfrutar de una muestra destacada de sus esculturas con una variada temática
ambientada en los trabajos típicos de la Ribeira Sacra, tanto agrícolas como
artesanales, así como figuras idealistas o mágicas. Sus esculturas están
fundidas en bronce, combinando, en algunas de ellas la piedra y la madera
propia de la zona. Merece la pena una visita pausada para cualquier amante de
las artes plásticas en general, y de la escultura en particular.
Florencio de
Arboiro es un estudioso y entusiasta de los trabajos típicos de la Ribeira
Sacra, en especial del oficio de afilador. La mayoría de los que han practicado
este oficio en el último siglo han salido de municipios de la Ribeira Sacra: Castro Caldelas, Esgos, Chandrexa de Queixa, Nogueira de Ramuín, Pereiro de Aguiar, San Juan del Río, y Xunqueira de Espadañedo. Hasta tal punto ha sido una seña de identidad de la comarca, que el municipio de
Nogueira de Ramuín ha incorporado la rueda de afilar o tarazana como su elemento
principal de su blasón.
En ese mismo
espacio expositivo hay una muestra notable de los distintos tipos de ruedas de
afilar, que permiten apreciar su evolución cronológica. Inicialmente la
tarazana se llevaba al hombro, luego empujada como un carretillo, para luego
ser incorporada a bicicletas e incluso motos, que ya utilizaban su motor como
fuerza motriz para mover la piedra de afilar. Este etnógrafo destacado ha
creado un museo de la rueda de afilar y de la profesión de afilador en su
pueblo natal, Arboiro, donde ha abierto "A Casa da Roda". Yo no he
tenido oportunidad todavía de visitar dicha muestra, pero tengo intención de
hacerlo a la menor oportunidad.
El claustro
de los Obispos, colindante con la pared norte de la iglesia, con la que está
comunicado, es de planta rectangular, casi cuadrada, con dos cuerpos, el
primero de estilo románico del S. XII, y el segundo renacentista, pero con
elementos góticos de la primera mitad del S. XVI. En este claustro fueron
sepultados los nueve santos obispos, que posteriormente se trasladaron a la
iglesia en el S. XV, como muestra de mayor dignificación. Este claustro es de
una notable belleza, tanto por el equilibrio de sus proporciones como por el
trabajado estilo de sus piedras. Uno parece sentir todavía la paz y sosiego del
lugar de otros tiempos cuando los únicos ruidos perceptibles eran el murmullo
de las sandalias de los monjes en el suelo y el roce de los hábitos cuando con
un libro andaban por el claustro en oración y meditación. Al final del ala
colindante con la iglesia, en el ángulo, están los peldaños que dan acceso al
templo, aunque este acceso hoy en día está normalmente cerrado, debiendo
accederse a través de la puerta principal en el exterior.
Casi
inmediatamente después se abre una escalera que da acceso a la galería superior
donde está la referida exposición de esculturas y ruedas de afilar y vida de la
Ribeira Sacra.
El claustro
pequeño o del Viveiro se ubica al norte del de los Obispos, con el que está
comunicado. Se comenzó a construir en 1595 bajo la dirección del maestro de
obras Diego de Isla. De estilo renacentista, es cuadrado, consta de dos cuerpos
y está conformado por arcos de medio punto sobre columnas dóricas. Este
claustro se encontraba cubierto de agua, formando un gran estanque donde se
guardaban peces vivos, que servían de reserva alimenticia para las necesidades
de la comunidad.
El claustro Grande,
de la Portería o de los Caballeros, es el mayor de los tres, situado en la
entrada del monasterio tiene planta rectangular. Es un claustro de estilo
renacentista que consta de tres cuerpos o plantas, con arcos de medio punto y sin
bóveda.
Colindante
con la portería nos encontramos la escalera de honor, cubierta con una bóveda
de crucería del año 1739, decorada con cuatro rosetones.
La fachada,
de estilo barroco, cuanta con una gran puerta situada en el centro, rodeada de
una moldura de decoración simétrica, sobre la que descansa un frontón, que
sirve de apoyo a un balcón. Remata la fachada el escudo con el águila bicéfala de
la España imperial de los Habsburgo, esculpido en la piedra. A ambos lados de
la puerta, a la altura de la segunda planta y entre columnas toscanas, hay dos
hornacinas conteniendo dos imágenes de santos benedictinos, San Vicente Abad y
San Benito. Por encima de ellos, y también entre las columnas, figuran, a la
derecha el escudo de la Congregación de San Benito de Castilla, y a la
izquierda el del monasterio, con las nueve mitras, alusivas a los nueve santos
obispos que allí yacen.
Para completar la visita, y disfrutar de los
encantos de los cañones del Sil desde dentro, no se puede dejar de dar un paseo
en catamarán por el río Sil y contemplar los viñedos colgados de unas
pendientes inverosímiles. El embarcadero se encuentra a ocho kilómetros de San
Esteban, ofreciendo una gran aventura visual compuesta por paredes verticales,
espectaculares cortadas y un verde imponente.
Para ver la Galería de Fotos, clicar en el siguiente enlace: Monasterio de San Esteban de Ribas de Sil.
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