2016/08/16
A versión de este artigo en galego pode lerse en https://lembranzasdearmariz.blogspot.com/2016/08/a-festa-de-san-ramon.html
La fiesta mayor de la parroquia de San Cristóbal de Armariz es el 31 de agosto, festividad de San Ramón. A continuación relato mis recuerdos de una fecha tan señalada para todos los vecinos de la parroquia, tal como yo lo recuerdo en los años 50.
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La fiesta de San Ramón
Cartel anunciador de las fiestas de Armariz 2011 |
Próximos ya al 31
de agosto, no puedo evitar recordar la fiesta mayor de la parroquia, San Ramón.
Aunque las tradiciones se han conservado prácticamente inalteradas, las sensaciones actuales nada tienen que ver con las sentidas en los años 30, 40, o 50 del siglo pasado. En la sociedad de la abundancia y del bienestar de la que disfrutamos hoy, las fiestas tienen una importancia secundaria, muy amortiguada por muchas otras sensaciones ofrecidas diariamente y de forma permanente por la televisión, los viajes más accesibles y frecuentes, otros espectáculos y novedades que hacen que raramente algo nos sorprenda especialmente.
En épocas anteriores, de cambios menos radicales que los que sufrimos o disfrutamos hoy en día, las tradiciones, actitudes y comportamiento de la gente variaban escasamente de una década a la siguiente. Es por eso que creo que lo que yo viví en los años cincuenta, poco diferiría de lo acontecido en los años treinta o cuarenta.
El verano es época de trabajo agrícola intenso pero también de fiestas populares en las parroquias próximas. Se podría decir que la dureza de la vida diaria es directamente proporcional a la intensidad con que se viven las celebraciones festivas. La ilusión y disfrute de estas pocas oportunidades de evasión de las obligaciones diarias se viven con profunda alegría, compartidas con familiares y amigos, propician el galanteo de los jóvenes y son motivo de reunión de las familias participando en comidas llenas de alegría y buen humor.
Aunque las tradiciones se han conservado prácticamente inalteradas, las sensaciones actuales nada tienen que ver con las sentidas en los años 30, 40, o 50 del siglo pasado. En la sociedad de la abundancia y del bienestar de la que disfrutamos hoy, las fiestas tienen una importancia secundaria, muy amortiguada por muchas otras sensaciones ofrecidas diariamente y de forma permanente por la televisión, los viajes más accesibles y frecuentes, otros espectáculos y novedades que hacen que raramente algo nos sorprenda especialmente.
En épocas anteriores, de cambios menos radicales que los que sufrimos o disfrutamos hoy en día, las tradiciones, actitudes y comportamiento de la gente variaban escasamente de una década a la siguiente. Es por eso que creo que lo que yo viví en los años cincuenta, poco diferiría de lo acontecido en los años treinta o cuarenta.
El verano es época de trabajo agrícola intenso pero también de fiestas populares en las parroquias próximas. Se podría decir que la dureza de la vida diaria es directamente proporcional a la intensidad con que se viven las celebraciones festivas. La ilusión y disfrute de estas pocas oportunidades de evasión de las obligaciones diarias se viven con profunda alegría, compartidas con familiares y amigos, propician el galanteo de los jóvenes y son motivo de reunión de las familias participando en comidas llenas de alegría y buen humor.
Carteles anunciando fiestas en pueblos del entorno |
Era ésa la época
propicia para el estreno de algún vestido nuevo, que no todos los años se podía
uno permitir. Cuando la situación económica lo hacía posible, la alegría era enorme,
en general para las mujeres y muy especialmente para las mozas jóvenes, que
eran miradas con envidia por las que ese año no se pudieron permitir ese capricho.
Toda esta excitación ante la fiesta no permitía desatender las obligaciones cotidianas. Las vacas tenían que comer y había que llevarlas a pastar al campo. Los cerdos tenían que recibir su ración diaria, las gallinas ser alimentadas y los huevos recogidos. La vida seguía su curso normal al margen de la festividad.
La semana previa a la fiesta se hacía una limpieza general en la casa. Se fregaban los suelos de madera con jabón de tajo y lejía, tarea que hacían las mujeres arrodilladas en el duro suelo, con un cepillo de raíces y una bayeta absorbente para enjugar el agua y el jabón. Se recogía el polvo y las telas de araña, siempre presentes a pesar de las continuas limpiezas. Se lavaba la ropa y se planchaba para dejar todo recogido y en perfecto orden. La plancha era de hierro, pesada y grande, con una chimenea o respiradero en la tapa, que se abría para introducir unas brasas del fuego candentes, que proporcionaban el calor necesario para el planchado.
El sábado previo a la celebración, por la mañana se hacían las labores propias de atender el ganado de la casa o algún trabajo urgente en el campo. Al atardecer llegaba la banda de música, generalmente de Melias, con su uniforme azul y botonadura dorada, gorra de plato e instrumentos relucientes soltando destellos al sol. Desde Luintra bajaban a pie, dando un primer pasacalles en Valdoasno, y luego en O Covelo, antes de llegar a Requejo. Aquí interpretaban unas piezas enfrente de la tienda de Pepe, a donde acudía la mocedad de los otros lugares de la parroquia, debidamente anunciados con los estallidos de algunos fuegos artificiales. Eran momentos de gran alegría y bullicio, especialmente entre la chiquillada y mocedad.
Después de un descanso
para la cena se acudía a disfrutar del folión, como se llamaba en estos lugares al
espectáculo de fuegos artificiales por la noche. La limitada gama de fuegos de
distinto tipo incluían algunos de colores, para terminar con los más
estruendosos llamados bombas. Pronto se iniciaba la verbena en el souto de San
Ramón. Nuevamente música y baile entre nubes de polvo del suelo de tierra
machacado por los pies de los bailarines. A los músicos se les montaba un
pequeño palco en la pendiente del souto, aunque no siempre. Era especialmente
curioso para los niños el trombón, el gran bombo, así como los grandes, relucientes y sonoros platillos dorados.
Era meritorio el trabajo de estos músicos, que hacían a pie el camino hasta el
pueblo, dormían en un pajar y comían invitados en las casas del pueblo los días
que duraba la fiesta.Toda esta excitación ante la fiesta no permitía desatender las obligaciones cotidianas. Las vacas tenían que comer y había que llevarlas a pastar al campo. Los cerdos tenían que recibir su ración diaria, las gallinas ser alimentadas y los huevos recogidos. La vida seguía su curso normal al margen de la festividad.
La semana previa a la fiesta se hacía una limpieza general en la casa. Se fregaban los suelos de madera con jabón de tajo y lejía, tarea que hacían las mujeres arrodilladas en el duro suelo, con un cepillo de raíces y una bayeta absorbente para enjugar el agua y el jabón. Se recogía el polvo y las telas de araña, siempre presentes a pesar de las continuas limpiezas. Se lavaba la ropa y se planchaba para dejar todo recogido y en perfecto orden. La plancha era de hierro, pesada y grande, con una chimenea o respiradero en la tapa, que se abría para introducir unas brasas del fuego candentes, que proporcionaban el calor necesario para el planchado.
El sábado previo a la celebración, por la mañana se hacían las labores propias de atender el ganado de la casa o algún trabajo urgente en el campo. Al atardecer llegaba la banda de música, generalmente de Melias, con su uniforme azul y botonadura dorada, gorra de plato e instrumentos relucientes soltando destellos al sol. Desde Luintra bajaban a pie, dando un primer pasacalles en Valdoasno, y luego en O Covelo, antes de llegar a Requejo. Aquí interpretaban unas piezas enfrente de la tienda de Pepe, a donde acudía la mocedad de los otros lugares de la parroquia, debidamente anunciados con los estallidos de algunos fuegos artificiales. Eran momentos de gran alegría y bullicio, especialmente entre la chiquillada y mocedad.
En el campo de baile se instalaban unas lonas a modo de carpa para albergar al tendero que ofrecía bebida a los asistentes. La consumición casi exclusivamente se limitaba a cerveza y gaseosa, siendo muy demandadas la gaseosa con una copa de licor café y la cerveza con gaseosa. Los mozos que salían a trabajar temporalmente a Castilla, y contaban con recursos económicos, invitaban a la moza que pretendían o cortejaban a compartir una jarra de esa bebida que se disfrutaba con deleite. La única refrigeración para la bebida eran unos grandes baldes de agua de la fuente en la que se sumergían las botellas de cerveza y gaseosa.
Otras novedades
presentes solo los días de las fiestas eran las rosquilleras y el barquillero
inseparable de su lata coronada con una ruleta. A los niños, si nuestros padres encontraban algún
conocido forastero, éste como muestra de atención nos daba una propina de una
peseta, que podíamos gastar en comprar golosinas, cuya variedad se limitaba a
dos tipos de caramelos o bolitas de anises, algún petardo o foguetes. También el
día de la fiesta, en la cuesta de la Torre hacia la capilla, se instalaban las
vendedoras de fruta que venían de la ribera con pavías, uvas y alguna otra
fruta no habitual en el entorno.
El carnicero, que habitualmente pasaba por el pueblo semanalmente con su mercancía metida en dos cajones de madera, que transportaba en su caballería, en estas ocasiones festivas sacrificaba un ternero en el propio pueblo. En el improvisado matadero, un simple cobertizo de alguna casa del pueblo, se sacrificaba el animal y allí acudían las mujeres de toda la parroquia a comprar carne para la festividad, cosa que en el resto del año era un lujo desconocido para la mayoría de las familias. La organización de la producción rural se ha orientado tradicionalmente a la autosuficiencia. Con la matanza del cerdo anual, y algún pollo o gallina en casos de enfermedad o celebración muy especial, se resolvía el consumo de carne. La ternera comprada al carnicero se usaba en el cocido, la comida más habitual para el día de la fiesta, junto al lacón y chorizos, o bien guisada para acompañar a las patatas, bien guisadas o en cachelos.
Como postre, el dulce rey de las celebraciones importantes en el pueblo era el roscón. Se hacía con dos docenas de huevos, harina de trigo y azúcar. Acudían todas las mujeres al horno con los huevos, el azúcar, la olla para batirlos y el molde con su agujero en medio, para después de la oportuna cocción salir una gran rosca esponjosa. La harina de trigo se compraba necesariamente en el horno. Una vez preparadas todas las masas se vertían en las correspondientes formas y se introducían en el gran horno de leña ya calentado a la debida temperatura. Después de la necesaria espera salían los roscones con su olor característico, que en épocas de tan pocos caprichos y liberalidades eran un manjar exquisito. El roscón estaba siempre presente en el acompañamiento de una copa de coñac para los hombres, y anís o Sansón para las mujeres, e incluso para los chiquillos que siempre querían probar ese vino dulce.
Otros postres, aunque no tan propios de la fiesta mayor, eran las filloas o crêpes de harina de trigo, leche, azúcar y huevos; las chulas o buñuelos de harina de maíz, leche, huevo y azúcar; el arroz con leche espeso, y muy raramente el flan, una excentricidad para curas y ricos.
Cuando el día del Santo Patrono era un día laborable, se celebraba la festividad religiosa con misa en horario de día festivo y procesión. Después de la procesión, y antes de entrar en la iglesia, se subastaban las andas de San Ramón para entrar el Santo en la capilla, siendo de mayor valor las delanteras. Competían en esta subasta los devotos con una promesa al santo o para obtener alguna gracia especial. También ocurría que algún devoto donaba para la iglesia un jamón, o más habitualmente un lacón, que también era subastado para el sostenimiento del culto.
El domingo de celebración de la festividad se reunía en la misa toda la parroquia. La banda de música, que ya había amenizado a los asistentes en el atrio antes de la misa, también participaba en ésta, desde la tribuna, interpretando algún fragmento musical adecuado en los momentos clave de la celebración. Se repicaban las campanas, y los mayordomos de la fiesta lanzaban algún cohete cuyos estallidos anunciaban a propios y ajenos de otros pueblos la celebración festiva. El éxito de una fiesta se medía a menudo por el número de músicos que componían la banda y por la cantidad de fuegos artificiales que se quemaban, especialmente en el folión del sábado por la noche antes de la verbena. Lejos de los excesos actuales, ésta empezaba a las diez de la noche y terminaba hacia la medianoche.
Antes de misa se hacía la procesión alrededor del atrio de la iglesia, con el acompañamiento del repique de las campanas. Iniciaba la marcha un hombre portando la gran cruz de plata de la parroquia, seguidos por la Inmaculada, llevada en andas por cuatro mujeres, y a continuación San Ramón, también en andas portado por cuatro hombres. Es costumbre colgar en la mano izquierda del santo unos racimos de uvas, interpreto que como una petición simbólica de buenas cosechas. Sigue a continuación el cura párroco y el resto de feligreses vestidos con sus mejores galas. Las mujeres lucen su mejor vestido, y los hombres visten traje y corbata los jóvenes, y sin corbata los de más edad. Algunos otros llevan traje de pana y boina o sombrero. Sobra aclarar que entonces no había trajes de invierno o de verano. Se tenía un solo traje para cualquier ocasión especial que lo requiriera. Cuando se hacía un traje nuevo, el anterior se usaba para los trabajos diarios, ofreciendo la curiosa estampa de un labrador cavando en el campo ataviado con una chaqueta de traje. Nada se tiraba, todo se reciclaba.
El baile de tarde del domingo, comenzando hacia las cinco, terminaba hacia las nueve. Se volvía a casa a cenar y los jóvenes regresaban a la verbena hasta media noche, después de asistir a un segundo folión, aunque en esta ocasión algo más modesto que el del día anterior.
El lunes continuaba la fiesta, de forma más íntima, básicamente para la gente del pueblo. Nuevamente misa y procesión por la mañana. Después del baile de la tarde se daba por terminada la fiesta con la entrega del ramo de los mayordomos a sus sucesores para el año siguiente. Éstos son los encargados y responsables de recaudar los donativos de los parroquianos y de contratar la banda de música y fuegos de artificio. El ramo era una rama grande con rosquillas y dulces colgados en lugar de hojas.
Las fotos que siguen corresponden a las fiestas de 2009, últimas a las que asistí.
El carnicero, que habitualmente pasaba por el pueblo semanalmente con su mercancía metida en dos cajones de madera, que transportaba en su caballería, en estas ocasiones festivas sacrificaba un ternero en el propio pueblo. En el improvisado matadero, un simple cobertizo de alguna casa del pueblo, se sacrificaba el animal y allí acudían las mujeres de toda la parroquia a comprar carne para la festividad, cosa que en el resto del año era un lujo desconocido para la mayoría de las familias. La organización de la producción rural se ha orientado tradicionalmente a la autosuficiencia. Con la matanza del cerdo anual, y algún pollo o gallina en casos de enfermedad o celebración muy especial, se resolvía el consumo de carne. La ternera comprada al carnicero se usaba en el cocido, la comida más habitual para el día de la fiesta, junto al lacón y chorizos, o bien guisada para acompañar a las patatas, bien guisadas o en cachelos.
Como postre, el dulce rey de las celebraciones importantes en el pueblo era el roscón. Se hacía con dos docenas de huevos, harina de trigo y azúcar. Acudían todas las mujeres al horno con los huevos, el azúcar, la olla para batirlos y el molde con su agujero en medio, para después de la oportuna cocción salir una gran rosca esponjosa. La harina de trigo se compraba necesariamente en el horno. Una vez preparadas todas las masas se vertían en las correspondientes formas y se introducían en el gran horno de leña ya calentado a la debida temperatura. Después de la necesaria espera salían los roscones con su olor característico, que en épocas de tan pocos caprichos y liberalidades eran un manjar exquisito. El roscón estaba siempre presente en el acompañamiento de una copa de coñac para los hombres, y anís o Sansón para las mujeres, e incluso para los chiquillos que siempre querían probar ese vino dulce.
Otros postres, aunque no tan propios de la fiesta mayor, eran las filloas o crêpes de harina de trigo, leche, azúcar y huevos; las chulas o buñuelos de harina de maíz, leche, huevo y azúcar; el arroz con leche espeso, y muy raramente el flan, una excentricidad para curas y ricos.
Cuando el día del Santo Patrono era un día laborable, se celebraba la festividad religiosa con misa en horario de día festivo y procesión. Después de la procesión, y antes de entrar en la iglesia, se subastaban las andas de San Ramón para entrar el Santo en la capilla, siendo de mayor valor las delanteras. Competían en esta subasta los devotos con una promesa al santo o para obtener alguna gracia especial. También ocurría que algún devoto donaba para la iglesia un jamón, o más habitualmente un lacón, que también era subastado para el sostenimiento del culto.
El domingo de celebración de la festividad se reunía en la misa toda la parroquia. La banda de música, que ya había amenizado a los asistentes en el atrio antes de la misa, también participaba en ésta, desde la tribuna, interpretando algún fragmento musical adecuado en los momentos clave de la celebración. Se repicaban las campanas, y los mayordomos de la fiesta lanzaban algún cohete cuyos estallidos anunciaban a propios y ajenos de otros pueblos la celebración festiva. El éxito de una fiesta se medía a menudo por el número de músicos que componían la banda y por la cantidad de fuegos artificiales que se quemaban, especialmente en el folión del sábado por la noche antes de la verbena. Lejos de los excesos actuales, ésta empezaba a las diez de la noche y terminaba hacia la medianoche.
Antes de misa se hacía la procesión alrededor del atrio de la iglesia, con el acompañamiento del repique de las campanas. Iniciaba la marcha un hombre portando la gran cruz de plata de la parroquia, seguidos por la Inmaculada, llevada en andas por cuatro mujeres, y a continuación San Ramón, también en andas portado por cuatro hombres. Es costumbre colgar en la mano izquierda del santo unos racimos de uvas, interpreto que como una petición simbólica de buenas cosechas. Sigue a continuación el cura párroco y el resto de feligreses vestidos con sus mejores galas. Las mujeres lucen su mejor vestido, y los hombres visten traje y corbata los jóvenes, y sin corbata los de más edad. Algunos otros llevan traje de pana y boina o sombrero. Sobra aclarar que entonces no había trajes de invierno o de verano. Se tenía un solo traje para cualquier ocasión especial que lo requiriera. Cuando se hacía un traje nuevo, el anterior se usaba para los trabajos diarios, ofreciendo la curiosa estampa de un labrador cavando en el campo ataviado con una chaqueta de traje. Nada se tiraba, todo se reciclaba.
El baile de tarde del domingo, comenzando hacia las cinco, terminaba hacia las nueve. Se volvía a casa a cenar y los jóvenes regresaban a la verbena hasta media noche, después de asistir a un segundo folión, aunque en esta ocasión algo más modesto que el del día anterior.
El lunes continuaba la fiesta, de forma más íntima, básicamente para la gente del pueblo. Nuevamente misa y procesión por la mañana. Después del baile de la tarde se daba por terminada la fiesta con la entrega del ramo de los mayordomos a sus sucesores para el año siguiente. Éstos son los encargados y responsables de recaudar los donativos de los parroquianos y de contratar la banda de música y fuegos de artificio. El ramo era una rama grande con rosquillas y dulces colgados en lugar de hojas.
Las fotos que siguen corresponden a las fiestas de 2009, últimas a las que asistí.
La gran cruz de plata abre la procesión |
La Inmaculada portada por las mujeres |
San Ramón portado por los hombres |
Los músicos y feligreses siguen las imagenes en procesión |
Grupo floklórico de la parroquia |
Anexo
No quiero terminar el relato de la fiesta mayor de San Cristóbal de Armariz sin una pequeña reseña del santo a quien dedicamos esta celebración.
San Ramón es una figura histórica, habiendo nacido en 1204 en la diócesis de Urgel del reino de Aragón y muerto en Cardona (Barcelona) el 31 de agosto de 1240. Se le conoce como San Ramón Nonato, porque fue extraído por cesárea del cuerpo de su madre muerta. Perteneció a la orden de los Mercedarios, fundada por San Pedro Nolasco en 1218 y dedicada al rescate de cautivos cristianos en manos de musulmanes en el norte de África.
San Ramón se desplazó a tierras de los infieles para cumplir con su misión liberadora de cautivos católicos. Cuando se le acabó el dinero que llevaba para los rescates, se ofreció él mismo como cautivo rehén a cambio de otro prisionero. Durante su cautiverio ejerció su labor evangelizadora y de apoyo a los católicos allí esclavizados y, ante el poder de convicción de sus prédicas, fue torturado por los moros berberiscos clavándole un cerrojo en sus labios. Finalmente fue rescatado por su propia orden mercedaria, retornando a España en 1239. Fue nombrado cardenal por el papa Gregorio IX, pero falleció en Cardona en el curso de su viaje a Roma. El papa Alejandro VII lo canonizó en 1657, quedando establecida la fecha de su muerte, el 31 de agosto, como la de su festividad en el calendario católico. Es considerado el santo protector de los partos, niños y embarazadas, así como de los falsamente acusados.
La iconografía o representación del santo incluye varios elementos que reflejan su vida y virtudes. Los labios perforados por el cerrojo recuerdan la tortura a que fue sometido para impedir su predicación entre los musulmanes. También la custodia en su mano derecha representa la gran devoción que tenía por el Santísimo Sacramento. Una palma en su mano izquierda significa la victoria de los mártires en la defensa de su fe, y las tres coronas que se insertan en ella son virtudes que lo adornan, la castidad, elocuente predicación y martirio. En algunas ocasiones también figura el capelo cardenalicio púrpura a sus pies, indicador de su dignidad, aunque se le pone a los pies como muestra de su desapego por las honras del mundo material. A veces también aparece una bolsa de dinero como reflejo de su labor liberadora de cautivos. Finalmente, en cuadros o estampas suelen aparecer mujeres arrodilladas en actitud de rezo devoto pidiendo su protección en los embarazos y nacimientos.
No quiero terminar el relato de la fiesta mayor de San Cristóbal de Armariz sin una pequeña reseña del santo a quien dedicamos esta celebración.
San Ramón es una figura histórica, habiendo nacido en 1204 en la diócesis de Urgel del reino de Aragón y muerto en Cardona (Barcelona) el 31 de agosto de 1240. Se le conoce como San Ramón Nonato, porque fue extraído por cesárea del cuerpo de su madre muerta. Perteneció a la orden de los Mercedarios, fundada por San Pedro Nolasco en 1218 y dedicada al rescate de cautivos cristianos en manos de musulmanes en el norte de África.
San Ramón Nonato - Museo Goya - Fundación Ibercaja - Pintor Antonio del Castillo, hacia 1650 |
San Ramón se desplazó a tierras de los infieles para cumplir con su misión liberadora de cautivos católicos. Cuando se le acabó el dinero que llevaba para los rescates, se ofreció él mismo como cautivo rehén a cambio de otro prisionero. Durante su cautiverio ejerció su labor evangelizadora y de apoyo a los católicos allí esclavizados y, ante el poder de convicción de sus prédicas, fue torturado por los moros berberiscos clavándole un cerrojo en sus labios. Finalmente fue rescatado por su propia orden mercedaria, retornando a España en 1239. Fue nombrado cardenal por el papa Gregorio IX, pero falleció en Cardona en el curso de su viaje a Roma. El papa Alejandro VII lo canonizó en 1657, quedando establecida la fecha de su muerte, el 31 de agosto, como la de su festividad en el calendario católico. Es considerado el santo protector de los partos, niños y embarazadas, así como de los falsamente acusados.
Escudo de la Orden Mercedaria |
La iconografía o representación del santo incluye varios elementos que reflejan su vida y virtudes. Los labios perforados por el cerrojo recuerdan la tortura a que fue sometido para impedir su predicación entre los musulmanes. También la custodia en su mano derecha representa la gran devoción que tenía por el Santísimo Sacramento. Una palma en su mano izquierda significa la victoria de los mártires en la defensa de su fe, y las tres coronas que se insertan en ella son virtudes que lo adornan, la castidad, elocuente predicación y martirio. En algunas ocasiones también figura el capelo cardenalicio púrpura a sus pies, indicador de su dignidad, aunque se le pone a los pies como muestra de su desapego por las honras del mundo material. A veces también aparece una bolsa de dinero como reflejo de su labor liberadora de cautivos. Finalmente, en cuadros o estampas suelen aparecer mujeres arrodilladas en actitud de rezo devoto pidiendo su protección en los embarazos y nacimientos.
Estampita de San Ramón con todos sus atributos |
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