Orense - Ciudad de Compras en los años 50

 2018/08/23 - José Luis Domínguez Carballo
Orense - Ciudad de Compras en los años 50s

En tiempos pasados, los habitantes de las aldeas acudían a las ferias más próximas para sus compras de primera necesidad. Para adquirir artículos más especializados, de consumo duradero y de relevancia especial, debían de desplazarse a una villa donde hubiera un comercio más profesionalizado. En el caso de nuestra parroquia, como el resto del municipio, esta villa de referencia para la comarca no era otra que Orense, la capital de la provincia. En la época en que todavía no se habían construido las primeras carreteras, en tiempos de mis abuelos, antes de 1925, el viaje se hacía a pie. A partir de esa fecha, ya se aprovechó para el desplazamiento, de forma generalizada, la ventaja que ofrecía el destartalado coche de línea, que reducía el tiempo del viaje a la mitad, además de ahorrar el esfuerzo de la caminata.


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Uno de los primeros coches de línea que unieron Luintra con Orense



Según consta en documentos antiguos, e información de enciclopedias del S. XIX, la distancia a Orense era de unas dos leguas. Recuerdo que una legua era originariamente la distancia que una persona recorría en una hora, es decir unos 4,5 Km, aunque esa distancia variaba en función de la dificultad del terreno. Posteriormente en el siglo XVI se normalizó su medida, equivaliendo siempre a 5,57 Km. En cualquier caso, según testimonios que he recogido, una persona joven a buen paso llegaba a Orense en unas dos horas, no excediendo de dos horas y media para una persona corriente a una marcha normal.

Ese desplazamiento a pie se hacía siguiendo básicamente el siguiente itinerario. Desde Armariz o Requejo se llegaba a Verdefondo, donde pasando al lado de la fuente se seguía a Montecelo, para continuar luego hasta Loñoá, donde se cruzaba el río Loña. Se proseguía luego hasta Cortiñas, donde había una fábrica de cerámica (unha telleira) que fabricaba tejas y ladrillos, el lugar más próximo a nuestra parroquia a donde se acudía para aprovisionarse de estos materiales, usando en estos casos el tradicional carro tirado por la yunta de vacas. En esta zona había un tramo frecuentemente enfangado llamado As Veigas, a menudo intransitable por la acumulación de barro que se producía, y donde los pies se hundían hasta los tobillos imposibilitando la marcha. En estos casos era preciso desviarse del camino y pasar a través de campos colindantes, más elevados, para seguir la ruta. Se llegaba luego a O Pereiro donde había que atravesar el Regueiro do Pereiro, que no tenía puente, y que en época de lluvias su abundante caudal dificultaba el cruce. Se llegaba entonces a Castadón, para luego bajar desde allí la pendiente que, pasando por O Carroleiro, llegaba finalmente a Orense después de descender la depresión que forma el río Miño. Recuerdo que a Castadón se acudía habitualmente para la compra de sal, tan necesaria para la cura de la carne de la matanza. Desde Castadón, sobre la base de la carretera actual, había atajos que aprovechaban los caminantes y que acortaban considerablemente el recorrido.

Cuando era preciso todos colaboraban para continuar el viaje salvando los imprevistos


Cuando finalmente se construyó la carretera hasta Luintra, en torno a 1925, y Barreiros obtuvo la concesión de la línea de autobuses entre Orense y Luintra, poco a poco se fue imponiendo este medio de transporte. El abandono de los desplazamientos a pie no fue automático. Se seguía acudiendo a la feria de Orense con ganado para su venta, yendo en estos casos a pie. También en los primeros tiempos era habitual hacer el desplazamiento de ida a pie, cogiendo el coche de línea para la vuelta. La parada más próxima estaba en la vecina parroquia de Faramontaos, que dista unos dos kilómetros y medio de Armariz, lo que suponía una media hora de camino a pie por un camino no siempre fácil, cargados con las maletas o bultos necesarios para el viaje. Contando con las distintas paradas, el viaje duraba aproximadamente una hora, cogiendo el coche de línea en Faramontaos hacia las nueve de la mañana y llegando a Orense hacia las diez.

Caso extremo de aprovechamiento de estos viejos autobuses

Todo viaje a Orense era vivido como algo excepcional, una auténtica experiencia por lo que suponía de novedad y de vivir por unas horas el bullicio de la ciudad, en una atmósfera tan distinta a la vida rural de cada día. El tráfico de coches, que en el pueblo eran desconocidos, con sus frecuentes pitidos, el rugido de los motores, en una circulación que supongo era bastante caótica, aunque relativamente escasa, unido al bullicio humano, excitaban a la vez que aturdían a los visitantes. Los coches de la época no contaban con las sofisticaciones técnicas actuales, a la vez que la pericia de los conductores dejaba mucho que desear. Esta actividad acelerada, las aglomeraciones de gente en la calle y los comercios, los bares y cafés, los grandes almacenes iluminados repletos de apetecibles mercancías, nos fascinaban a los visitantes aldeanos, que sin embargo pronto echábamos en falta la calma de los caminos rurales y el sosiego de la aldea.

Administración, garaje y estación de una línea de autobuses

El Orense de 1920, en tiempos de mis abuelos, tenía 17.581 habitantes. En los años de la posguerra tuvo un gran crecimiento, mantenido a lo largo de los años cuarenta y cincuenta, duplicando la población en el espacio de veinte años, de forma que cuando yo la recuerdo, ya a finales de los años cincuenta, rondaba los 60.000 habitantes. Hay que recordar que en 1943 se produjo la anexión del municipio de Canedo, situado en la margen derecha del Miño, enfrente de lo que entonces era el municipio de Orense.

EVOLUCION POBLACION DE ORENSE - PRIMERA MITAD SIGLO XX:
AÑO                POBLACION
1900                15.194
1910                15.998
1920                17.581
1930                21.579
1940                28.397
1950                55.574
1960                64.153

La ciudad alcanzó los 100.000 habitantes a mediados de la década de los ochenta, contando actualmente con unos 110.000 habitantes, con un estancamiento y ligero retroceso debido a la crisis económica que siguió al estallido de la burbuja inmobiliaria, y al fenómeno generalizado del descenso de la tasa de natalidad.

Alameda y Jardines de Emilia Pardo Bazón a Comienzos del S. XX

El desplazamiento a Orense se vivía como una fiesta, aseándose cuidadosamente el día anterior, durmiendo mal por la impaciencia del viaje y madrugando mucho, especialmente cuando el desplazamiento se hacía a pie. Para estar en la ciudad antes de las nueve de la mañana era preciso salir de casa a las seis o seis y media, que en invierno era noche cerrada. En época más reciente ya se disponía de focos o linternas a pilas, pero anteriormente se iba completamente a oscuras, con unas antorchas hechas de paja seca (fachós), o simplemente con la luz de la luna y el miedo en el cuerpo por un posible atraco, por el ataque de un lobo, o por la simple superstición de pensar que podía aparecer la Santa Compaña.

Hay que recordar que a partir de marzo de 1940, se adoptó en España el horario de Europa Central para unificarlo con la mayoría de países europeos. Esta medida supuso el adelanto de una hora respecto a la hora solar, desfase que se eleva a dos horas actualmente en el horario de verano. En el caso de Galicia este desfase se acentúa por su posición más a occidente, por lo que habría que sumarle aproximadamente otra media hora. Resumiendo, nuestro horario actual en Galicia está adelantado aproximadamente una hora y media respecto al horario solar en invierno, y dos horas y media en verano. Cuando actualmente en Galicia comemos a las 14.30 horas en verano, realmente es como si comiéramos a las 12 del mediodía. El meridiano de Greenwich, que pasa por Londres y atraviesa España no lejos de la ciudad de Huesca, marcaría el huso horario natural que deberíamos adoptar, y que se correspondería con la actual hora oficial portuguesa.

Parque S. Lázaro y Calle Curros Enríquez

En la época de mi niñez, en la década de los cincuenta, ya nadie iba a Orense a pie. En los años veinte y treinta los coches de línea tenían pocas plazas para los pasajeros. Como nadie se quedaba en tierra, cuando ocasionalmente acudían muchos viajeros a la parada, una vez lleno el interior, incluso había pasajeros que se acomodaban en el techo del autobús, en unos bancos instalados al efecto y protegidos por una pequeña barandilla, o incluso agarrados a la escalerilla que subía al techo. Además de estos ocasionales viajeros, en la baca del coche también se acomodaban maletas y otros bultos, muy abundantes por cierto, que dadas las pequeñas dimensiones del vehículo no se podían llevar en el interior con los pasajeros. En las fechas con mayor demanda, como podían ser los días de feria o celebraciones especiales, se iba literalmente como sardinas en lata. Es milagroso que, hasta donde yo puedo recordar, no haya habido accidentes graves viajando en estas condiciones. En algunas cuestas pronunciadas, parte de los pasajeros tenían que descender porque el viejo autobús no era capaz de arrastrar toda su carga. En algún momento se daba el caso de que incluso los pasajeros tenían que empujar al autobús para ponerlo en marcha. Este sencillo viaje podía constituir toda una aventura, aceptando los sufridos pasajeros todas estas incomodidades y contratiempos de buen grado, aunque fueran acompañadas de sonoras protestas. Desde luego no existía el nivel de exigencias de hoy en día, considerando estos inconvenientes como problemas normales de la mecánica. En la segunda mitad de los años cuarenta y los cincuenta ya los autobuses eran de mayor capacidad y potencia, desapareciendo las bancos adicionales en el techo, de hecho yo no recuerdo haberlos visto nunca, aunque sí era frecuente ver viajeros colgados en la escalerilla exterior que subía a la baca del coche.

Vista cenital del Parque San Lázaro

La carretera por la que discurría la línea de Parada de Sil-Orense tenía el firme de sábrego, piedra y arena compactada, sin asfaltar, hasta que empalmaba en Castadón con la Nacional Orense-Ponferrada por la Puebla de Trives. El paso del tiempo, las fuertes lluvias y el trasiego de camiones, creaban grandes baches en el firme no asfaltado, por lo que el autobús iba dando bandazos que ponían en serio riesgo a los que viajaban en su techo, además de provocar frecuentes mareos en los viajeros, que ofrecían un triste espectáculo vomitando por las ventanillas. Una vez se llegaba a la carretera asfaltada se tenía la impresión de entrar en otra dimensión, en otro mundo más urbanizado y desarrollado. El deslizamiento del coche en este tramo final del viaje, más suave por el moderno firme de la carretera, el aumento de la velocidad, el cruce con otros coches, los frecuentes pitidos, y las numerosas curvas jalonadas por unos postes quitamiedos unidos por una malla de alambre pintados con franjas en rojo y banco, contribuían a anticipar la emoción de un día diferente en la ciudad. Desde las ventanillas se observaba todo con gran interés, siendo una estampa típica los peones camineros que hacían el mantenimiento de la carretera limpiando las cunetas y otros trabajos de reparación. Como hecho anecdótico, recuerdo haber visto algunas mujeres pisando con sus zapatillas de suela de esparto sobre el chapapote recién echado en la carretera, como forma especial de impermeabilizarlas en el piso, y alargar considerablemente su duración.

Plaza del Hierro y calle Santo Domingo a comienzos de siglo

Entraba el coche de línea en Orense por la avenida de Buenos Aires, que en aquella época era una calle en expansión, que en su trayecto más alejado del centro estaba bordeada de casas de baja altura y viviendas individuales con sus huertas anejas. La empresa Barreiros, concesionaria de la línea, tenía en esa avenida su final de trayecto, garaje y administración.

Hay que recordar la importancia de las ferias en la actividad económica de esa época, y si bien en los años cincuenta comenzaban a decaer, aun conservaban un relativo peso en las transacciones de ganado. Todavía en los años cincuenta acudía gente de nuestra parroquia a las ferias de Orense, que se celebraban los días 7, 17 y 21 de cada mes, donde se conseguía un mejor precio en la venta de vacas o terneros que los ofertados en las ferias de Cobas o Luintra. A la entrada de Orense, por la avenida Buenos Aires, había mesones donde se podían acomodar las caballerías de los viajeros, para ser atendidas mientras los paisanos iban a pie a la feria o hacer otras gestiones en la ciudad.

Plaza Mayor


Los jueves era día de mercado semanal en Orense, que también gozaba de gran tradición. Acudían las vendedoras desde las aldeas de la comarca, con sus grandes cestos de hortalizas y frutas a la cabeza, junto a otros productos alimenticios perecederos, exponiéndolos y ofreciéndolos a los compradores. El bullicio que se formaba era considerable, ya que todas alababan sus productos en voz alta, a la vez que los compradores regateaban el precio, generando todo ello una considerable actividad comercial de este tipo de consumo, cuando las fruterías y verdulerías eran prácticamente inexistentes.

La feria más antigua de Orense era la que se celebraba el día 7 de cada mes desde tiempo inmemorial. Inicialmente se instalaba en la plaza del Campo (luego plaza de la Constitución, que se corresponde con lo que hoy es la plaza Mayor) y las plazuelas próximas. Su ubicación ha cambiado a lo largo de la historia, siendo sus últimos emplazamientos, ya en el siglo XIX, en lo que hoy son los Jardines del Posío, luego se trasladó a lo que hoy es el Parque San Lázaro, donde estuvo hasta 1923, para finalmente instalarse en el campo de Los Remedios. La feria del 17 es de creación más reciente y de mucho menor volumen, perdiendo importancia en favor de la del 21, que se celebraba en Canedo, en la otra margen del río, fuera de la ciudad para evitar el pago en los fielatos. Éstos eran unas casetas, situadas en las entradas de la ciudad, donde se cobraban los impuestos municipales por la entrada y salida de mercancías. Recuerdo aquí que, hasta donde yo he podido averiguar, la ración de pulpo con una taza de ribeiro se ha consumido desde tiempo inmemorial en los días de feria, manteniéndose la tradición hasta la época presente.

Calle Cardenal Quiroga con sus múltiples negocios comerciales

A la ciudad se acudía desde los pueblos, fundamentalmente, para comprar aquellas prendas de vestir necesarias para las ceremonias y fiestas, conjuntamente con los zapatos también de vestir, más finos que los utilizados para el trabajo diario. Tanto el vestido como el calzado de trabajo se compraban generalmente en las ferias cercanas.

Las mercerías eran lugares habituales de compra para las mujeres, adonde acudían para surtirse de botones y cintas para adornar alguna prenda, cuya tela se compraba por separado, y que luego la modista del pueblo convertiría en vestido de fiesta. Dentro de la amplia gama de artículos que exhibían se encontraban las fajas y corsetería, junto a medias de punto inglés, marrones o negras, y ligas para sujetarlas sobre las rodillas. Estas medias eran la única protección de las mujeres contra el intenso frío de los inviernos, en tiempos donde el pantalón era una prenda impensable en la indumentaria femenina. Para las ceremonias y fiestas ya las mujeres lucían medias de cristal, muy finas, transparentes y brillantes, con su costura trasera perfectamente alineada a lo largo de la pierna, novedad de la época, junto con las permanentes, que daban un toque de coquetería y modernidad a las mozas y que con ello despertaban la admiración e interés de los mozos. El inconveniente que presentaban era su delicadeza, ya que cualquier mínimo enganche producía la rotura de un punto generando la antiestética "carrera", que rápidamente había que llevar a "coger" y reparar. Esta labor de recuperación la realizaban mujeres especializadas que generalmente estaban en las mercerías.

Establecimiento Helados La Ibense, un clásico durante muchas generaciones

Las prendas confeccionadas eran escasas, limitándose básicamente a camisetas, y otras prendas interiores de felpa, tanto para hombre como para mujer, camisería, complementos y poco más. Las camisas blancas de vestir de hombre, para llevar con traje y corbata, se compraban en establecimientos especializados, ya confeccionadas. Estas camisas llevaban un cuello duro desmontable, comprando separadamente dos o más, para ir reponiendo en cada lavado. Estos cuellos, que se sujetaban a la camisa con unos botones interiores, debían de llevarse a Orense para su limpieza y almidonado.

En la época que yo recuerdo, la actividad comercial orensana se concentraba mayoritariamente en unas pocas calles, que agrupaban los establecimientos más importantes. La calle Santo Domingo, la plaza del Hierro, la calle de la Paz y la de las Tiendas, la plaza Santa Eufemia y la plaza Mayor, la avenida de Pontevedra, la calle del Paseo (entonces llamada en sus dos tramos José Antonio y Calvo Sotelo), Lamas Carvajal y la del Progreso (entonces llamada General Franco), rematando con la calle Cardenal Quiroga, Concordia (entonces llamada Capitán Eloy) y entorno del Parque San Lázaro. Todas ellas formaban un verdadero centro comercial, con una actividad sorprendente para una población de una dimensión relativamente modesta. Orense siempre ha sido una ciudad administrativa y de servicios. A ella acudían diariamente miles de personas dispersas, en una provincia muy poblada, para satisfacer sus necesidades comerciales y de servicios, además de tramitar sus obligaciones administrativas. A mí siempre me ha sorprendido su elevado nivel económico, manifestado en la suntuosidad de sus edificios, y el estatus exhibido por la burguesía local, en comparación con la pobreza evidente del resto de la mayoritaria población que habitaba el medio rural. El dinero ganado en la emigración fluía de forma continua en el comercio local, como una fuente inagotable, generando una pujanza económica que no siempre fue orientada en su propio desarrollo.

La calle del Paseo a comienzos del siglo XX

Eran muy conocidos los Almacenes Simeón, muy cerca de las Burgas; los Almacenes Romero en la avenida de Pontevedra, que llegó a tener 50 empleados; así como los Almacenes Santa Eufemia, cerca de Padre Feijoo, más orientado a ropa de casa con un amplio surtido en mantas, colchas, sábanas, alfombras, toallas y demás complementos. Cito solo algunos de los que me vienen a la memoria, siendo todos ellos comercios muy acreditados, de larga tradición en la ciudad. En este tipo de grandes comercios se adquirían telas por metros, cuyas piezas enrolladas se apilaban en altas estanterías perfectamente alineados en diagonal, precisando los dependientes de una escalera de mano para acceder a las más elevadas. Tanto los hombres como las mujeres compraban la tela para sus trajes o vestidos, que luego eran confeccionados en los respectivos pueblos por sus sastres o modistas. Los más exigentes, o con mayores posibilidades económicas, encargaban la confección a uno de los muchos sastres o modistas que también entonces había en la propia ciudad, si bien los desplazamientos para las varias pruebas necesarias dificultaban a la mayoría esta opción. También en estos establecimientos se compraban el resto de prendas complementarias del vestuario, como son las corbatas, pañuelos, calcetines y camisas, aunque para estas prendas también había comercios especializados.

La calle del Paseo, calculo que en los años 60

Los zapatos se compraban ya fabricados, aunque también se hacían a medida, de encargo, en algunas zapaterías. Recuerdo que a mí me hicieron unos zapatos a medida en la zapatería Coello, en la plaza de las Mercedes. En la calle de la Paz, llamada antiguamente rúa dos Zapateiros, había varias zapaterías, siendo también abundantes en esta calle las mercerías y tiendas de artículos de punto y de lana, disponible en madejas en diversos y atractivos colores. La disponibilidad de esta lana, ya hilada, fue desplazando el hilado artesanal que antiguamente se hacía en el pueblo con la lana de las ovejas. Las mujeres en el pueblo tejían estos ovillos con largas agujas, produciendo prendas de punto para uso diario, como chaquetas, jerséis o calcetines. Era muy conocida la zapatería Mosquera, en la esquina de la calle Lamas Carvajal con la plaza Santa Eufemia, donde en el exterior del establecimiento había un dependiente invitando a los viandantes a entrar alabando la calidad y buen precio de sus zapatos. Otra zapatería muy frecuentada era calzados El Modelo en la calle Calvo Sotelo, hoy calle del Paseo. Las zapatillas, prenda muy habitual y barata para las mujeres, se compraban a buen precio en la Plaza Mayor en la tienda Terra Gallega.

La calle del paseo calculo que en los años 70


En los años cincuenta, saliendo progresivamente de las privaciones de la posguerra, y gracias al dinero obtenido en la emigración, ya se empezaba a disponer de una mayor variedad de artículos de consumo y de decoración, que en épocas anteriores eran exclusivos de las clases más acomodadas. Ya las familias más jóvenes de la aldea empezaron a comprar vajillas completas, cristalerías, cuberterías, mantelerías y ropa de cama más moderna y colorida, aparatos de iluminación, y en general aquellos objetos que daban un toque elegante y distinguido a los modestos hogares de la época. Estos artículos constituían los típicos regalos de boda para complementar el ajuar de los contrayentes. Establecimientos, como Bazar Puga, Tobaris o Almacenes Álvarez, ofrecían una amplia gama de artículos, que convenientemente expuestos e iluminados en los grandes escaparates, despertaban el interés y el deseo de los paseantes.

En la plaza del Hierro había varias ferreterías también muy concurridas en aquella época, bien provistas de herramientas, cerraduras, baterías de cocina, cacharrería, clavos, tornillos y un largo etcétera para arreglos simples, en una época en que todavía estaba por inventar el bricolage. También las tiendas de muebles, tanto ya fabricados como de encargo, empezaron a ofrecer una mayor variedad y fantasía de diseño. Eran, en todo caso, muebles sólidos, de maderas macizas y resistentes, para durar toda una vida, o incluso para ser heredados y usados en más de una generación, nada que ver con los actuales que no aguantan una simple mudanza.

La calle del paseo calculo que en los años 60


Puedo citar, ya para terminar, una gran variedad de negocios muy visitados, como eran las cristalerías, relojerías y ópticas, bisuterías, quincalla y juguetes. Tampoco puedo olvidar a los fotógrafos, como Pacheco, Villar, Ernesto Schreck o Félix Dopazo, que inmortalizaron a las pasadas generaciones en sus retratos de matrimonio, de primera comunión, o simplemente el tradicional retrato familiar, que quedarían como testigos fieles de un momento de juventud y plenitud familiar, y que serían motivo de recuerdo y añoranza en momentos futuros, ya vencidos los retratados por el paso de los años.

También los servicios eran otro motivo frecuente de desplazamiento a la ciudad. Visitar a un médico especialista, extraer alguna muela o a curar una caries, o visitar una peluquería acreditada para una permanente en una fecha señalada, muy de moda en la época, bien justificaban un día en la capital. En alguna ocasión se acudía a la Plaza de Abastos para comprar algún queso u otros productos no habituales en las ferias locales. El actual edificio fue inaugurado en 1935, habiendo sido desde entonces un punto de referencia en la vida de la ciudad.


La calle del paseo calulo que enlos años 80

Los servicios bancarios comenzaban a ser conocidos por la gente del pueblo. El trabajo en la emigración estacional o temporal, la más habitual hasta comienzos de los años sesenta, permitía algunos excedentes después de satisfacer las necesidades básicas, lo que se traducía en algunos modestos ahorros. Los más jóvenes empezaron a fiarse de unas instituciones, cuyo papel en realidad no entendían completamente, depositando su dinero, tan duramente ganado, en manos de los bancos. El más conocido era el Banco Pastor, aunque también tenían oficinas, entre otros, el Banco de La Coruña, el Banco Hispano Americano y la Caja de Ahorros Provincial de Orense, fundada en 1933.

Una vez terminados los encargos y obligaciones del viaje, a veces quedaba algo de tiempo y dinero para un  capricho. Las comidas se hacían en alguna de las fondas o casas de comidas en el casco viejo, donde ofrecían una especie de menú de uno o dos platos, sin posibilidades de elección. Los platos más frecuentes eran el caldo o la sopa, acompañados de cocido, callos, carne guisada o en filete, hígado en filetes o guisado, huevos, patatas cocidas o fritas, arroz con carne, todo ello acompañado de pan y vino del ribeiro. Si la economía no andaba muy boyante, la comida se llevaba de casa, donde un chorizo o un trozo de tocino constituían la base de la comida, que se consumía en alguna de las abundantes tabernas a las que se les compraba el pan y el vino.

La avenida de Pontevedra con el hotel Barcelona

No podría concluir esta descripción de los desplazamientos a Orense sin citar alguno de los cafés de la época. Fuera de las tabernas, concurridas por obreros y gente de los pueblos, los cafés eran el centro de la vida social de la buena sociedad de la ciudad. Después de un día de compras, para celebrar la buena venta de algún ganado en la feria, para festejar un retorno después de una larga ausencia, o simplemente para cumplir un capricho o experiencia, ocasionalmente se acudía a uno de los grandes cafés. Esta aparente liberalidad manifestaba cierta exclusividad, siendo vivida por los más jóvenes con un toque de orgullo, al ser capaces de codearse con otras gentes de mayor poder económico, aunque solo fuera muy ocasionalmente. En todo caso era un incentivo para estimular su ambición personal en alcanzar más altas metas en la vida, que no eran otras que vivir como los ricos. Esta experiencia no sería completa sin haber pasado antes por alguno de los limpiabotas de la plaza Mayor, o demandar los servicios de los que merodeaban en la calle cerca de estos cafés para hacer su trabajo, mientras el cliente tranquilamente leía el periódico o disfrutaba del descanso contemplando el paso de la gente. Este momento de relajo y deleite mientras se fumaba tranquilamente un cigarrillo, frente a una taza de café, en los días de buen tiempo sentado en una silla de las mesas situadas en el exterior, bajo la marquesina del establecimiento, eran el reflejo de lo que muchos aspiraban conseguir en su futuro. Eran lugares muy concurridos y bulliciosos, según las horas del día, donde tanto se tomaba un café rápido, como se asistía a una tertulia pausada que reunía a quienes compartían un determinado interés. Había tertulias de fútbol, de toros, literarias, de política, médicas o de cualquier tema que suscitara el interés común de un cierto grupo de personas. También eran los cafés lugares de encuentro para momentos más intrascendentes, como jugar una partida de cartas o de dominó con los amigos.

Los limpiabotas de la plaza Mayor

Todavía los años cincuenta eran tiempos del café, copa y puro. El humo flotaba abundante en el ambiente, formando una espesa nube en los momentos de mayor concurrencia, a pesar de los altos techos de los establecimientos. Los locales eran espaciosos, con abundantes mesas y sillas, que facilitaban consumiciones pausadas y sin prisa. Como atracción adicional para los asistentes, algunos cafés ofrecían un pequeño espectáculo, con pases de sobremesa y nocturno. La actuación se realizaba sobre un pequeño escenario, donde una joven cantante, acompañada de un pianista, interpretaba alguna de las canciones en boga de la época, predominando los cuplés, tangos, pasodobles, boleros o incluso fados. Lo que despertaba mayor interés en el público, mayoritariamente masculino, era el vestuario de la intérprete, que lucía algún vestido de escote seductor, con falda corta o con largas aberturas, que unido a las letras picantes o provocadoras de algunas canciones, despertaban el entusiasmo de los señores de esa época, tan austera y recatada en cuanto a costumbres y moral. En la calle del Paseo había tres cafés, todos muy concurridos, aunque el más conocido en el pueblo era el Café la Bilbaina. También estaban en la misma calle el café Madrid y el café la Marquesina. El horario de cierre nunca sobrepasaba la medianoche.

Cafe la Bilbaina en la calle del Paseo - Un clásico de los cafés orensanos

El cine no era algo que atrajera especialmente a la gente del pueblo, si bien en algún momento todos lo visitaban para vivir la experiencia, aunque la trama de las películas no siempre era bien entendida. Era especialmente conocido el cine Avenida, el Coliseo Xesteira y el teatro cine Losada, donde en las fiestas había espectáculo de atracciones arrevistadas o actuaciones de alguna estrella de la canción del momento.

Algunos afortunados tenían la oportunidad de asistir a las grandes celebraciones de la capital, pero solo aquellos que tenían allí un familiar residente por quien ser invitados a pasar algunos días, al que se compensaba con algún sustancioso regalo salido de la matanza del año. Las Semana Santa con sus procesiones, o las Fiestas del Corpus con su circo, barracas, tómbolas y demás atracciones, eran los momentos más deseados.

El gran Hotel  Miño, otro clásico de la calle del Paseo

En las visitas a la ciudad en verano también se disfrutaba de algún helado, una delicia realmente exótica para los chicos del pueblo. Los heladeros de La Ibense, vestidos de blanco, con sus carritos con tejadillo de tela a rayas y sus depósitos de helado cerrados por las relucientes tapas metálicas en forma cónica eran otra atracción más. En todas las festividades, ferias y celebraciones en general, estaban presentes las rosquilleras y los barquilleros, que eran centro de interés de chicos y mayores, y asequibles a las economías más modestas.


ANEXO:

Como ejemplo de la publicidad de la época, cito a continuación el texto de algunos anuncios aparecidos en los programas de las fiestas del Corpus en los años 30 y 40 del pasado siglo:

Las Burgas calculo que en los años 60

"Almacenes Populares - Paz Novoa, 2
Sedería, Confecciones, Pañería, Novedades
Sedas, Crespones, Georgettes y Gasas
Paños, Géneros de Punto
Medias de seda, Lencería para ropa interior y Sábanas"

La Ideal - Instituto, 16 - Novedades Aquilino Ferreiro
Gabardinas, guantes, adornos, corsés, bolsos, camisas, cuellos, corbatas, tirantes, cinturones, ligas, perfumería, calcetines.
Artículos de labores, objetos de regalo, plisados y plegados, limpieza en seco.

Casa Perrile - Paz Novoa, 6
Herramientas - Ferretería - Colchones - Loza - Cristal
Muebles - Colchones - Limpieza - Sección Deportes - Bicicletas - Kodak - Aparatos de Radio.

Casa Prieto - Plaza Mayor, 8
El templo de las Camisas y palacio de las Corbatas
Camisas, Corbastas, Medias, Perfumería

Casa de los Lentes - Plaza Mayor, 18
Relojes, Aparatos Optoclínicos
Termómetros - Barómetros - Prismáticos

Almacenes Anta - Santo Domingo, 26
Bisutería - Quincalla - Juguetes
Loza - Cristal - Artículos de Regalo

Casa de la Novia - Santo Domingo, 26
Lencería - Mantelerías - Juegos de cama - Canastillas - Encajes

El puente nuevo hacia 1918, fecha de su inauguración

Bazar Puga - Tiendas, 9-11
Baterías de cocina - Loza - Cristal - Deportes - Juguetería

Tintorería Madrid-Paris - Paz 14
Teñido - Limpieza - Planchado - Plisados

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