La emigracion familiar

                                             2018/07/25 – José Luis Domínguez Carballo

La emigración familiar

En entradas anteriores ya traté la “Emigración estacional o temporal” que la mayoría de nuestros paisanos tenían que emprender durante varios meses al año para complementar su renta personal. Le emigración, vivida como una necesidad para subsistir, encierra siempre una pequeña tragedia a nivel personal y humano. Supone abandonar el lugar donde uno tiene sus raíces dejando atrás la familia, o al menos a parte de ella, superar las dificultades de adaptarse a una nueva cultura, con costumbres o incluso idioma diferentes y, en algunos casos hacer frente a actitudes de marginación o rechazo. Son los anteriores solo algunos de los múltiples inconvenientes a los que debe enfrentarse el emigrante que por razones económicas se desplaza a trabajar en otros lugares. Todas estas dificultades, que ya de por sí son de suficiente entidad, se ven incluso agravadas por el bajo nivel formativo que se impartía en nuestras escuelas unitarias rurales y la falta de capacitación profesional especializada.

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Cartel de 1924 anunciando salidas de barcos para Sudamérica

He ido postergando la redacción de este artículo, donde se mezclan vagos recuerdos y vivencias personales con relatos de primera mano de personas que afrontaron la emigración, complementado todo ello con lecturas de otras experiencias y diversos estudios sociales sobre la emigración gallega. Después de mucho leer y reflexionar, aun no me considero preparado para analizar con rigor el fenómeno migratorio gallego en un sentido amplio y en sus distintas vertientes, tanto sociológicas y económicas como humanas. Me limitaré por lo tanto, en este primer momento, a relatar a grandes rasgos la realidad del fenómeno migratorio vivido en mi familia que, con pequeñas variantes, creo que puede ser un ejemplo representativo de otras muchas de nuestra tierra.

Mis padres abandonaron Galicia a finales de los años cincuenta, cuando yo tenía nueve años, y ellos transitando la treintena. En nuestra pequeña aldea no se vivía mal. Se contaba con la compañía y protección de la familia, se disfrutaba de las fiestas y tradiciones en compañía de amigos y vecinos de toda la vida, pero no había otro futuro que trabajar la tierra con pobres resultados y una ajustada existencia. Mi padre, desde muy joven, ya con trece o catorce años, se desplazaba temporalmente a Castilla acompañando a mi abuelo en su actividad comercial, para luego, ya cumplidos los veinte, hacerlo de forma independiente. En estos desplazamientos temporales se dedicó siempre a la venta ambulante de quincalla, desplazándose a pie con la mercancía en una caja de madera colgada al hombro y una maleta de mano. Al poco tiempo ya se ayudó de una bicicleta, para finalmente adquirir una pequeña motocicleta.
Cartel anunciador de viajes a Brasil y Argentina

En un momento dado decidió dar un paso adelante y se trasladó a Zaragoza, donde inició la venta de libros a estudiantes universitarios, continuando también con la venta de bisutería. A comienzos de los años 60 vio las posibilidades que ofrecía la joyería popular, invirtiendo todos sus ahorros en crear un pequeño muestrario de joyas, para continuar su actividad comercial en este nuevo sector. Tuvo la fortuna y el buen acierto de que en esa época se abría en España una etapa de bonanza económica general, con una acelerada tendencia consumistas después de la penuria de los largos años de la posguerra. En esta nueva sociedad la venta de joyería sencilla fue una actividad pujante, aunque con mucha competencia. Se trataba de las tradicionales joyas en oro de ley que todo ciudadano de la época aspiraba a poseer según la moda del momento: pulseras y pendientes para mujeres, cadenas y medallas para el cuello, sortijas y similares, sin pedrería, que era lo habitual en aquellos años. Con mucha dedicación y trabajo, con prudencia y sin grandes pretensiones, practicando la virtud del ahorro, consiguió mantener dignamente a su familia, conservando su autonomía laboral, trabajando siempre para sí mismo, no habiendo sido empleado de terceros en toda su vida.
Oficinas en Vigo del agente de la compañía La Mala Real Inglesa

Yo inicié el colegio realmente a los nueve años. La formación de la escuela del pueblo se limitó a la alfabetización, las oraciones básicas y las cuatro reglas aritméticas. El colegio religioso al que asistí, los PP Escolapios, era un edificio inmenso. Al entrar por aquellas grandes puertas, andar por sus largos pasillos para acceder a las aulas, jugar en los patios interiores para el recreo y toda esa grandiosidad tan distinta a la pequeña escuela unitaria de mi pueblo, donde en una habitación convivíamos todos los alumnos de todos los niveles, debo confesar que al principio me sentí intimidado. Afortunadamente tengo que decir que no me sentí rechazado ni marginado en ningún momento, iniciando con normalidad y aprovechamiento una educación adaptada a lo que la nueva sociedad demandaba. Allí empecé a estudiar las asignaturas que aportaban cultura general y preparaban al alumno para objetivos más ambiciosos. Gracias a la gran capacidad de asimilación de poseen los niños, la barrera de la lengua no fue muy significativa y a final del primer año creo que mi nivel de castellano ya estaba equiparado al resto de mis compañeros. Por todo lo expuesto, he de reconocer que desde el punto de vista personal no me he considerado nunca un inmigrante. Mi familia se integró en la nueva sociedad de acogida, en sus hábitos y costumbres, sin ningún tipo de problema, pero sin olvidar nunca, ni nuestras raíces ni la familia que quedaba atrás. Continuamos visitando el pueblo sin interrupción, primeramente cada dos o tres años, con viajes interminables y agotadores de 22 horas de tren en los duros asientos de los vagones de madera. Cuando ya en 1964 contamos con nuestro primer coche, un Renault Gordini, las visitas fueron más frecuentes, para terminar en los últimos tiempos con visitas anuales.


Si tuviera que resumir los valores que mi familia me ha transmitido, y que han dejado una profunda huella en mi carácter, señalaría el espíritu de trabajo responsable, la honradez, el ahorro y el sentido de familia como elemento integrador y protector. Ejemplo de ese espíritu de trabajo es que yo fui autónomo económicamente a partir de los dieciocho años, ganando siempre lo suficiente para no ser una carga para mis padres. Hice todos mis estudios universitarios simultaneándolos con trabajos administrativos, con lo que mis años jóvenes no fueron precisamente de fiestas y diversión sino de duro trabajo.
El centro de inmigración en Ellis Island en Nueva York

Mi abuelo paterno, Manuel Domínguez Álvarez, nacido en 1888 y casado en 1916, emigró en sus años mozos a Estados Unidos. Mi salida del pueblo a los nueve años me impidió una mayor convivencia con él a una edad donde yo pudiera preguntar y conocer más detalles de sus andanzas juveniles. Mi curiosidad posterior me ha permitido investigar ciertos detalles que me han llenado de satisfacción y han justificado el esfuerzo realizado. Como ya he dicho anteriormente, el fenómeno de la emigración siempre me ha inquietado e interesado. En mi primer viaje a Nueva York esperaba con gran ilusión visitar Ellis Island y el Museo Nacional de Inmigración. Allí me fui pasando un día entero en el museo, después de la obligada visita a la Estatua de la Libertad que hice ese mismo día a primera hora.
Recuerdo de la llegada de mi abuelo a EE.UU. en su primer viaje de 1920

Sentí una especial emoción viendo todas aquellas fotografías murales de la llegada de los emigrantes, las maletas y baúles con sus pobres pertenencias, las dependencias y locales donde se controlaba la salud física y mental de los viajeros, para determinar quien era merecedor de entrar o era rechazado debiendo retornar a su país de origen. En aquellas fotografías se ve gente de distintas culturas y diverso aspecto físico, pero todos con rostros castigados por las duras condiciones de vida que llevan a sus espaldas, y con unos ojos que reflejan simultáneamente temor y esperanza en ese difícil trance de acceder a la tierra prometida. También quedaron reflejados en aquellas fotografías los duros trabajos que inicialmente desarrollaban, y tantos otros detalles que daban una dimensión más precisa a la lectura de tantas novelas ambientadas en ese período de fin del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Como amante de la historia, fue una sensación emocionante el tomar contacto con esa realidad. Me sentí inmerso en otro tiempo y otro mundo, rodeado de aquella masa de gente de tan diversa procedencia pero con un objetivo común de llegar en busca de unas oportunidades que en sus países de origen no tenían. Recordé con emoción la novela de la escritora italiana Melania Mazzucco, titulada “Vita”, que tan bien refleja las duras condiciones de vida de los emigrantes que llegaban y vivían en el Nueva York de comienzos del siglo XX. También la excelente película “Nuevo Mundo” del director italiano Emanuele Crialese de 2006 refleja la cruda realidad del viaje y la entrada en los Estados Unidos.
Lista de pasajeros del barco Roussillon en el segundo viaje de mi abuelo a EE.UU.

Allí, en el museo de la emigración, tuve conocimiento de la existencia de una base de datos que recogía todas las entradas en el país, desde la apertura del centro de Ellis Island en 1892 hasta 1954, fecha de su cierre. Mediante el pago de una tasa se tiene acceso a la consulta de dicha información. Yo no sabía si mi abuelo había llegado a Nueva York, aunque era lo más probable, o tal vez a otro puerto del país. Tampoco conocía la fecha, ni el nombre del vapor, ni si su nombre pudiera tener alguna modificación, nada inusual en los nombres extranjeros, y otras muchas dudas. Inicié la búsqueda y después de varios intentos y de aplicar varios filtros en la base de datos, finalmente sentí la gran emoción de poder localizar su llegada y de tener copia del “List or Manifest of Alien Passengers for the United States”, que es la lista de pasajeros, donde figuraban sus datos sin ningún lugar a dudas. Esta primera localización correspondía a su segundo viaje en 1925, donde el 5 de abril llegaba a Nueva York en el vapor Roussillon, habiendo salido de Vigo el 27 de marzo, indicando como lugar de destino final la ciudad de Hartford (Connecticut). Contaba en ese momento con 37 años, quedando en el pueblo su mujer y dos hijos. En este segundo viaje sí sé que se llevó la rueda de afilar, ya que recuerdo haberle oído contar que la dejó depositada en la fonda donde se hospedaba con la intención de regresar, retorno que ya nunca realizó. No debió irle nada mal, ya que solo estuvo unos dos años y ahorró lo suficiente para ampliar la casa familiar y aumentar el número de sus fincas.
Fotografia del vapor Esperanza en el que viajo mi abuelo de La Habana a Nueva York

Hartford, la capital de Connecticut, está relativamente cerca de Nueva York, así que me permití visitarla y recorrer las calles y lugares que seguramente pisó mi abuelo casi un siglo antes. Hoy es considerada la capital del seguro, ya que allí se ubican las sedes centrales de las más importantes compañías aseguradoras americanas. Está a las orillas del río Connecticut y es una hermosa ciudad, destacando el bello parlamento estatal o State Capitol que puede ser visitado, además de museos y edificios históricos que datan de la época de la fundación de los Estados Unidos. Esta ciudad fue cuna de una importante industria mecánica, produciendo motores de aviación, maquinaria herramienta y máquinas de coser, siendo especialmente famosa la fábrica de armas donde se producía el popular revólver Colt que todos hemos vistos en las películas de vaqueros.

Localizar su primer viaje fue una tarea mucho más dificultosa, labor que tuve que continuar desde mi casa aquí en España después de mi regreso, accediendo nuevamente a la base de datos a través de internet. Esta segunda búsqueda fue más laboriosa, ya que en esta ocasión la llegada a Nueva York la hizo procedente de La Habana (Cuba). Debo suponer que la primera intención de mi abuelo fuera emigrar a Cuba y una vez allí tuviera conocimiento de las oportunidades en los Estados Unidos, cambiando entonces su destino final. Llegó a Nueva York el 11 de agosto de 1920 en el vapor Esperanza. Tenía entonces 32 años, estando ya casado y con tres hijos, muriendo uno de ellos de casi cinco años afectado de difteria durante su ausencia. En este primer viaje permaneció unos cuatro años, recordando una anécdota que contó alguna vez cuando yo era niño. Trabajó inicialmente como obrero en la construcción de una línea del ferrocarril, y como no sabía inglés, el capataz le daba instrucciones para que no se esforzara tanto, pero como el no entendía el idioma, pensaba que le estaba diciendo que trabajara más deprisa.
Fotografia de uno de los impresionantes vapores que atravesaban el Atlántico

Mi abuelo materno, Antonio Carballo Carballo, nacido en 1884, también tuvo su etapa emigrante. Llegó a Brasil con 27 años, a principios de 1911, acompañando a su hermana Ramona, para reunirse con José Gómez Domínguez, de As Pereiras, que allí residía desde su llegada en 1905. El motivo del viaje era el matrimonio de Ramona con José, ya acordado previamente, boda que se formalizó el 11 de julio de 1911. Cuando llegaron allí los hermanos José e Ignacio Gómez en 1905, ya habían sido precedidos unos años antes por su otro hermano Vicente. En esa primera etapa se ocuparon en la recolección de café en los cafetales de Sao Paulo, en unas condiciones económicas míseras. Los barones del café estaban sustituyendo la mano de obra esclava, ya liberada por la abolición de la esclavitud, con inmigrantes que pretendían que les salieran más baratos que los propios esclavos. En la época de final del siglo XIX muchos gallegos fueron captados con falsas promesas de buenos trabajos, pagándoles el pasaje, para quedar luego sujetos por muchos años a sus patronos, en unas condiciones de semiesclavitud, para pagar la deuda contraída. Cuando llegó mi abuelo, tanto él como José, ya se emplearon en la construcción de la “Estrada de Ferro Noroeste do Brasil”, trabajando duramente, y donde Ramona colaboraba a la renta familiar cociendo pan que vendían a los trabajadores del ferrocarril. Hay que señalar que la línea discurría por terreno virgen y selvático alejado de todo núcleo de población, instalando campamentos que se iban desplazando a medida que avanzaba la construcción de la vía.
Lista de pasejeros del barco Antonio Delfino en 1922 en la que constan mi abuelo y su hermana Dolores

En 1922 retornó mi abuelo al pueblo para recoger a Dolores, su hermana menor, que había quedado sola por fallecimiento de sus padres. Embarcaron nuevamente los dos hermanos Antonio y Dolores en Vigo el 1 de junio, para llegar al puerto de Santos el 17 del mismo mes de 1922 en el vapor Antonio Delfino. Con mucha paciencia he podido localizar sus datos en la lista de pasajeros de su llegada al puerto de Santos, en el estado de Sao Paulo, Brasil. Afortunadamente las llegadas de emigrantes al puerto de Santos están disponibles en internet, aunque no se han digitalizado los datos, por lo que la búsqueda ha de hacerse revisando la lista de pasajeros de cada vapor. Como puede suponerse, esta búsqueda es muy laboriosa cuando no se conocen las fechas exactas del viaje.

Ya desde 1916, una vez terminada la construcción de la vía férrea, los hermanos José e Ignacio Gómez montaron una tejería para la producción de tejas y ladrillos en Campo Grande. Fue aquel un buen momento para establecerse en un lugar que estaba llamado a ser la capital de un nuevo Estado, aprovechando la alta demanda que la construcción de nuevos edificios e instalaciones originaban en un lugar donde estaba todo por hacer. Mi abuelo trabajó como carretero transportando los ladrillos y tejas de la fábrica a las obras. Los hermanos Gómez, con un espíritu muy emprendedor, crearon un considerable patrimonio empresarial.
Reproducción de un billete del vapor Antonio Delfino de 1922 a Brasil

Mi abuelo Antonio regresó nuevamente al pueblo, hacia mediados de 1927 cuando ya tenía 43 años, con la intención de vender las propiedades familiares y retornar definitivamente a Brasil, ya que no les quedaba aquí ninguna familia. En este viaje, con su traje blanco, sombrero de ala ancha y zapatos bicolores, parecía un potentado indiano. El caso es que conoció a mi abuela Obdulia, se enamoraron y casaron en Orense en la iglesia de Santa Eufemia el 22 de septiembre de 1927. Hacia la primavera de 1928 regresó nuevamente a Brasil, en esta ocasión ya con una intención de temporalidad, quedando mi abuela viviendo con sus padres. Esta situación de separación temporal de los matrimonios era muy frecuente en esa época cuando el marido emigraba, quedando la mujer en casa al cuidado de los hijos y de la hacienda familiar, esperando su retorno con unos ahorros que hicieran posible una vida más desahogada. En este nuevo desplazamiento pasó algo más de cuatro años de duro trabajo para ahorrar lo suficiente y comprar a sus hermanas su parte en la herencia familiar. Finalmente retornó al pueblo a finales de 1932 para quedarse ya definitivamente con su mujer y su hija Ana que había nacido en 1928 al poco de su marcha anterior, y que no es otra que mi madre.

He tenido oportunidad de viajar a Brasil en un viaje pausado donde aproveché la oportunidad para visitar los lugares donde vivió mi abuelo en la ciudad de Campo Grande, hoy capital del estado de Mato Grosso do Sul. Allí al día de hoy, la familia de Ramona, la hermana de mi abuelo, que tuvo cinco hijos, contando con nietos y bisnietos constituyen una prole realmente numerosa. Carmen, la otra hermana, se casó allí con Manuel Contín, también español, habiendo tenido un único hijo, Manolo, pero éste, con cinco hijos, creó también una extensa familia que reside mayoritariamente en Sao Paulo.
Fotografia del vapor Antonio Delfino en el que viajó mi abuelo a Brasil

Brasil es un gran país con un prometedor futuro, pero con los problemas propios de una sociedad en proceso de asentamiento y evolución hacia la madurez. La violencia y las desigualdades sociales son retos pendientes. La rama familiar que he podido conocer está perfectamente integrada en la clase media del país, mejorando en cada generación, lo cual me produjo una gran satisfacción.

Una cuñada de mi abuelo paterno, Ana María Carballo Gómez, nacida en 1896, emigró a Argentina siendo soltera, sin que pueda precisar en qué año, y que hasta donde yo sé nunca regresó. Posteriormente otra hermana de ésta última, Manuela, nacida en 1905, que enviudó de José Gómez Gómez de Picornio y tenía dos hijas, fue reclamada por la primera, marchando también a Argentina con sus hijas. La hija mayor era Lola (Dolores) Gómez Carballo, nacida en 1929 y la menor Elsa. La partida de Manuela con sus hijas debió de acontecer hacia 1955, ya que todavía recuerdo yo la emoción de la despedida de la familia entre lágrimas y profunda pena. Eran años donde las separaciones se vivían como una despedida definitiva, ya que en muchos casos nunca más volverían a verse. Dado que el vínculo de estas personas con mi familia dependía de mi abuela Celsa, fallecida en 1949, una vez partieron para Argentina se perdió definitivamente el contacto con mi abuelo, única familia política que aquí dejaban dentro de mi rama familiar.
Los emigrantes en la cubierta del barco para tomar el aire fresco

El abuelo materno de mi madre, José Martínez Fernández, nacido en 1863, también emigró a Cuba en su juventud. Ha quedado en el recuerdo de la familia que para pagar el pasaje del barco y los gastos del viaje recurrieron a un prestamista, aportando como garantía la hipoteca sobre un “souto” o campo de castaños. Hay que recordar que en aquellos años no había un sistema bancario mínimamente extendido, por lo que la gente corriente acudía a los prestamistas para financiarse. Estos prestamistas eran particulares que disponían de liquidez en un entorno donde la inmensa mayoría de la población solo producía para el autoconsumo. Cuando hacía falta dinero en efectivo para pagar la contribución o algún gasto extraordinario, como el viaje de un emigrante, se acudía al prestamista. Los tipos de interés eran abusivos, entrando en lo que podríamos calificar de usureros. Se han encontrado préstamos al 28% anual, o del 2% mensual que suponen un 24% anual, o incluso del 5% mensual que suponen un 60% anual, y aun superiores. En 1908 se aprobó en España la primera ley de Represión de la Usura, si bien en el entorno rural y para pequeños préstamos no tuvo una repercusión efectiva. Era normal cobrar entre un 8 y un 12 % de interés anual, si bien dependiendo de la urgencia o necesidad y de la avaricia del prestamista, estos tipos se podían ver incrementados fuertemente. Para pequeños préstamos era también habitual cobrar el 2% mensual, considerando estos tipos dentro de los más bajos y comunes.
La llegada después del desembarco y el control de inmigración

La aventura cubana no le resultó positiva a mi bisabuelo, ya que por problemas de salud tuvo que retornar, no pudiendo la familia devolver el préstamo pedido para el viaje, perdiendo en consecuencia el soto de castaños aportado como garantía. Huelga comentar la trascendencia que suponía en aquella época perder una finca, cuando toda producción era poca para mantener a la familia.

Uno de sus hijos, Antonio Martínez González, nacido en 1894, también emigró muy joven a Argentina, falleciendo allí soltero antes de cumplir los 20 años. Los recuerdos que hay en la familia es que murió afectado de tuberculosis.
Los inmigrantes pasando los controles de inmigración

Otra de sus hijas, Manuela, nacida en 1898, se casó con Manuel Álvarez Noguerol. El marido emigró a Cuba en 1920, dejando a su mujer embarazada y con la carga del préstamo pedido para pagar el pasaje. Una vez embarcado, nunca más dio señales de vida hasta que se conoció su fallecimiento ya anciano muchos años más tarde. Esta dramática situación no era nada infrecuente en la época. El marido emigraba, dejando atrás a la familia abandonada, cuya esposa era una mujer “viuda de vivo”, que nunca más volvía a saber del marido. En algunos casos esta desaparición podía ser debido a accidentes, pero en otros era un simple abandono familiar originado por la creación de una nueva relación sentimental. La situación legal en que quedaba la mujer por estar casada, pero sin tener marido, le impedía rehacer su vida, debiendo afrontar al mismo tiempo la responsabilidad de sacar adelante a los hijos, y además, como en este caso, afrontar el préstamo pendiente de amortizar.

Otra hija, Sara Martínez, nacida en 1900, casada con Francisco Álvarez, emigró con su marido a Argentina, donde tuvieron dos hijas, Severina y Sara. Sara Martínez enfermó gravemente, siendo su deseo morir y ser enterrada en su pueblo. Dejando marido e hijas, en unas condiciones de enfermedad que podemos imaginar dramáticas, embarcó sola para retornar a su pueblo con su familia. Tuvo la fortuna de que, en la escala que el vapor hizo en Montevideo, embarcó una vecina de la parroquia de Loña del Monte, llamada Cristalina, que la acompañó y cuidó durante todo el viaje hasta dejarla en casa de sus padres. Nuestra familia quedó profundamente agradecida por tan afectuoso y caritativo comportamiento.

Nota Necrológica aparecida en los periódicos publicados en Orense el 17 de febrero de 1931 (La Zarpa).

"Desde Requejo (Armariz):

Víctima de cruel dolencia, sufrida con resignación cristiana, falleció el sábado en su casa de Requejo (Armariz), la bondadosa señora doña Sara Martínez, muy conocida y  estimada entre la buena sociedad argentina, de donde regresó hace cuatro meses aconsejada por las principales figuras médicas de aquella República para ver si recuperaba en su patria las fuerzas perdidas en la delicada intervención quirúrgica sufrida en la ciudad del Plata. Pero ni los cuidados de los suyos, ni los de la ciencia fueron bastantes para salvarla, la enfermedad venía muy avanzada.

Joven, cuando apenas contaba 30 años, cuando la felicidad sonreía placentera en su hogar, la funesta Parca vino a segar esta flor en la primavera de su juventud.

Descanse en la paz del Señor la desventurada señora y reciba su afligido esposo don Francisco Casanova, que forma parte de una importante firma comercial de Buenos Aires y sus hijitas Severina y Sarita, la sincera expresión de nuestro sentido pésame, que hacemos extensivo a toda su familia."
 


Panorámica de las salas de control de inmigrantes en Ellis Island

Hasta aquí el relato de la relación de mi familia con la emigración, que considero puede ser representativo de otras muchas de nuestra tierra, especialmente hasta 1960. El fenómeno migratorio no se limita a América Latina, sino que a partir de los años sesenta del pasado siglo comenzó la emigración a los países europeos, donde Alemania, Francia y Suiza fueron los principales destinos, seguidos a gran distancia de Holanda y Reino Unido, y otros varios de forma mucho más residual. La emigración europea poco se parece a la americana. Estaba controlada y se partía con un contrato de trabajo tramitado en el Instituto Español de Emigración. Los salarios, sin ser altos por tratarse de puestos de trabajo no especializados, una vez aplicado el tipo de cambio de la divisa alcanzaban unos importes en pesetas impensables aquí, incluso para trabajadores muy cualificados. Yo no tengo referencias directas en mi familia de personas emigradas a Europa, por lo que conozco solo testimonios indirectos o relatos publicados. El entorno de trabajo por lo general era correcto por parte de los empresarios contratantes, si bien las condiciones de vida eran duras si se pretendía ahorrar lo suficiente para mandar dinero a la familia que quedaba en el pueblo, o retornar de nuevo a España en unas condiciones dignas. La barrera del idioma era otro gran obstáculo, que con la ayuda de otros compatriotas que les habían precedido se iba superando poco a poco. También los Centros Gallegos fueron un gran apoyo para la convivencia de los expatriados.
Emigrantes en la cubierta de un vapor despejándose del agobio de los dormitorios colectivos

Concluyo aquí este primer relato relativo a la emigración, que confío poder desarrollar en una perspectiva más general en un artículo futuro. En cualquier caso, es un fenómeno que nunca debió haber existido, o por lo menos no en la proporción que tuvo. Se calcula que 1.200.000 gallegos abandonaron su tierra definitivamente entre 1860 y 1970, lo que pone de manifiesto la gravedad de la situación social existente. Las causas son variadas y complejas, pero que se pueden sintetizar en el abandono e injusticia que nuestra tierra ha sufrido durante siglos por parte del gobierno central. Galicia ha aportado en exceso impuestos y hombres para las guerras sin recibir ninguna inversión a cambio. La explotación del sufrido y trabajador hombre del campo no se limitaba a las autoridades del Estado, sino que también la nobleza y burguesía local se enriquecían a su costa sin aportar ninguna inversión o mejora social que permitiera establecer unas mínimas condiciones de desarrollo. Confío que los nuevos tiempos, donde finalmente hay acceso igualitario a la educación y la cultura, sean aprovechados por las nuevas generaciones, para que una vez rectificada la injusticia vivida, nunca más nos coloquemos en posición de inferioridad respecto a nadie, alcanzando en nuestra tierra los éxitos que hemos demostrado que podemos alcanzar en otros lugares.

NOTA:
Para hacernos una idea de lo que suponía el coste de un pasaje a América en 1920, que rondaba las 500 pesetas, nos puede servir el saber que un obrero especializado en el sector industrial en Madrid cobraba un sueldo medio de unas 140 pesetas mensuales. Para las economías agrarias de subsistencia el coste del pasaje era una cantidad de dinero muy importante, tanto por la cuantía en sí misma como por el hecho de que no se generaban excedentes agrarios suficientes para poder venderlos y alcanzar ese montante. 



El Orense argentino
Indicador de la ciudad Orense - Argentina
 

No me resisto a concluir este tema de la emigración vivida por mi familia sin relatar una historia que, aunque ajena a la misma, pone de manifiesto el espíritu emprendedor que muchos de nuestros paisanos tuvieron que afrontar. No había otro camino para triunfar y alcanzar un bienestar económico que el emprendimiento individual. El trabajo asalariado se prestaba siempre en unas condiciones muy precarias que solo permitían la subsistencia. Las aptitudes innatas del emigrante, como eran la inteligencia y astucia para el comercio, una fuerza de voluntad inquebrantable para el trabajo, el buen gobierno y, finalmente, un poco de suerte, eran condiciones necesarias, que suplían en muchas ocasiones la falta de formación académica, para iniciar un negocio y triunfar en la tierra de acogida.

En la República Argentina hay un pueblo llamado Orense, que deja constancia del origen de su fundador. Está situado al sur de la provincia de Buenos Aires, a 585 km de la capital, en el partido de Tres Arroyos. A 17 km se encuentra el balneario Punta Desnudez que goza de extensas playas y dunas naturales a lo largo de la costa, conservando todo el encanto de un entorno natural no deteriorado por la civilización, constituyendo un gran atractivo turístico. La población del Orense argentino ronda los 2.000 habitantes.

Monumento a D. Ramón Santamarina en la ciudad de Tandil - Argentina

La localidad de Orense fue fundada en 1913 por Ramón Santamarina, nacido en Ourense en 1827. Su vida es todo un ejemplo de lucha contra la adversidad, de superación personal y, finalmente, de éxito social y financiero. Nació en el seno de una familia acomodada gallega. Su padre era capitán de la guardia de Corps de Fernando VII y su madre pertenecía a una rica familia orensana, residiendo en una casa que daba a la plaza del Hierro de Ourense. Fue bautizado en la iglesia de Santa Eufemia, que todos conocemos.

El padre era de un carácter noble, pero mujeriego y derrochador, dilapidando en pocos años la fortuna familiar. Acosado por las deudas y desprestigiado por alguna aventura amorosa, se suicidó en presentica de Ramón cuando éste tenía solo 7 años. Al poco, a consecuencias del dolor por la pérdida de su esposo y por la situación económica de la familia acosada por los embargos, también fallece la madre. Los hijos fueron distribuidos entre los familiares. Ramón se va con un tío, que lo mete en un hospicio, de donde finalmente se fuga, haciendo trabajos menores para sobrevivir. En Vigo se emplea como grumete de la corbeta La Española, que partía para Buenos Aires, a donde llega el 20 de agosto de 1844, cuando tenía 17 años.

Comenzó haciendo trabajos menores, si bien su buena educación y disposición para el trabajo le hicieron merecedor de la confianza de sus patronos. Viendo el tráfico que había con las tierras del sur, decidió adentrarse en esos territorios, donde el único medio de transporte eran las carretas arrastradas por bueyes. Se estableció en Tandil en 1845. Con sus primeros ahorros compró una carreta e inició su actividad transportista de forma independiente. Su seriedad en los negocios, y el rigor en el cumplimiento de sus compromisos, le hicieron acreedor del respeto y consideración de los ganaderos y habitantes de aquella comarca. Su actividad se incrementó de forma continuada, recibiendo cada vez más encargos. Transportaba todo tipo de mercancías, desde un piano, hasta máquinas de coser, o incluso una trilladora. De transportista pasó también a comerciante de todo tipo de productos. Hay que tener en cuenta que hasta la llegada del ferrocarril en 1883, Santamarina fue el mayor proveedor y comerciante de la ciudad y toda la comarca. Ya en 1849 contaba con 24 carretas y sus ahorros les permitieron comprar cuatro lotes de la ciudad de Tandil, cuyos planos para su trazado él mismo trajera de Buenos Aires.

Vista panorámica del balneario Punta Desnudez - Orense - Argentina

Comerció mucho con cueros producidos en la región, que fueron vendidos y enviados a la guerra de Crimea, generándole unas apreciables ganancias que reinvirtió en la compra de su primera hacienda o estancia. Los negocios siguieron marchando bien, invirtiendo parte de sus beneficios en la adquisición de nuevas estancias, llegando a tener más de 25 de excedentes tierras, donde pastaban 20.000 vacas y 700.000 ovejas. A partir de entonces diversificó sus negocios en actividades bancarias, inmobiliarias y en diversos sectores industriales. Todavía hoy, a pesar del tiempo transcurrido, y de las numerosas crisis económicas sufridas, subsiste la empresa “Santamarina e Hijos”, gestionada por sus sucesores.

Ramón Santamarina se casó dos veces, teniendo cuatro hijos de la primera mujer, que falleció en su cuarto parto, y 13 de la segunda. Sus descendientes han ocupados puestos relevantes en la República, en las finanzas y en los negocios familiares. Falleció en 1904, a los 77 años, también por suicidio como su padre, sin que se conozcan los motivos de tal decisión. Es recordado en la ciudad de Tandil con un espléndido monumento, donde también numerosas instituciones públicas llevan su nombre en reconocimiento a su labor benefactora para la comunidad.

Instalaciones balnearias en Punta Desnudez - Orense - Argentina

Considero que Ramón Santamarina es un buen ejemplo del emigrante triunfador, modelo con el que todos soñaban al emigrar, que sin embargo, lamentablemente, por falta de una mínima formación, y de la constancia y buen gobierno necesarios, pocos llegaron a conseguir.

He intentado reflejar lo más sintéticamente posible los aspectos más llamativos de la vida de esta persona que inmortalizó el nombre de su ciudad de nacimiento en el nuevo mundo, tal como en tiempos anteriores hicieron los exploradores hispanos en sus descubrimientos y nuevos asentamientos. Su vida es digna de una novela, que de hecho ya se ha editado con el siguiente título:
“Patrón de estancias. Ramón Santamarina: una biografía de fortuna y poder en la pampa" de Andrea Reguera
Para los que quieran conocer de forma más extensa otros detalles adicionales de la apasionante vida de este paisano, añado a continuación el enlace del artículo que tiene en Wikipedia, en donde me he documentado para escribir esta pequeña reseña. Yo tuve conocimiento de la existencia del Orense de Argentina en un artículo publicado en La Región el 19 de mayo de 2013, año en que celebraba su centenario la ciudad hermana.


Wikipedia - Ramón Santamarina



 


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