La Escuela



Condiciones de vida en los años 50/4


La escuela

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Tipica imagen de una escuela unitaria de la época de los 50



Esfera para la mesa del maestro
No son muchos los recuerdos que conservo de la escuela de Armariz de los años 50. Al mucho tiempo transcurrido desde entonces se une la corta edad que yo tenía cuando mi familia dejó el pueblo, recién cumplidos los nueve años. Mis conocimientos escolares se limitaban a saber leer, escribir, las cuatro operaciones aritméticas y conocimientos básicos del catecismo. A pesar de que no viví la escuela de la aldea el tiempo suficiente para tener una idea más precisa, voy a relatar los recuerdos que conservo complementados con otros que me llegaron de forma indirecta.

Mesa de maestro y mobiliario fuera de lo común en la época

En la década de los 50 la escuela de los chicos ocupaba una casa de la Torre situada a la izquierda de la capilla de San Ramón, al lado de la era que linda con el atrio de la capilla. A esta era salíamos a jugar en la hora del recreo. La escuela de las chicas estaba en la casa que hoy ocupa la asociación de vecinos, aunque anteriormente estuvo en el Toural hasta mediados de los años 40. Había otra escuela mixta para chicos y chicas en Verdefondo, a dónde acudían los residentes de Verdecima, Saa y Verdefondo. A la de la Torre íbamos los chicos de Armariz, Requeixo, Tellada y Castrelo.

Izado de bandera en escuela rural en la posguerra

Por aquel entonces el aula de las escuelas unitarias era bastante parecida en todo el país. Consistía en una habitación en la que se colocaban los pupitres o bancos largos alineados paralelamente enfrente a la mesa del maestro que contaba con una silla con apoyabrazos. Estos bancos corridos de un solo tamaño y sin respaldo no eran adecuados a la estatura de los niños. En cada banco se sentaban unos cinco niños, donde permanecían inmóviles las casi seis horas de escuela, soportando la dureza del asiento, sin respaldo, y con una altura e inclinación inadecuados para la lectura o la escritura. La mesa del maestro tenía una escribanía con sus tinteros y secante de forma semicircular, además de una esfera con el globo terráqueo. Detrás de la mesa del maestro, sobre la pared, colgaba un crucifijo acompañado a ambos lados por las fotografías de Franco y José Antonio. En la escuela de las chicas creo que había un cuadro de la Virgen. El mobiliario se completaba con un pequeño armario donde el maestro guardaba algún material, como eran los paquetes de tizas o los polvos y botella para hacer la tinta, regla, escuadras, lápices y algún cuaderno, así como algunos libros de uso común para todos los alumnos. En las paredes laterales había mapas, recuerdo que el mapa de España estaba siempre presente. Naturalmente no podía faltar el encerado, donde se escribía con tiza, y en el que el maestro ponía las cuentas que luego los alumnos teníamos que copiar en nuestras pizarras o cuadernos para resolverlas en casa. En nuestra escuela también había una estufa de hierro fundido, que se alimentaba con leña y que se instaló a mediados de los años 50. El calor no era mucho pero en épocas anteriores aun era peor, ya que solo había un brasero para el maestro, a pesar de que entonces el frío y la humedad calaban hasta los huesos. Lo habitual era estar en la escuela con el abrigo puesto. La maestra de las chicas tenía un brasero que cada día alguna alumna tenía que ir a recoger a su casa y encendérselo, y al terminar la escuela volver a llevárselo a su casa.  No había luz artificial, siendo la única iluminación la claridad que entraba por las pequeñas ventanas. No había servicios higiénicos, saliendo al campo para las necesidades fisiológicas. Las chicas sí que tenían un retrete en el exterior. Los chicos usábamos la ropa habitual de cada día, pero las chicas llevaban un mandilón blanco sobre su ropa diaria.

Bancos de una escuela de final del S. XIX

El material que usábamos los alumnos era muy limitado. El elemento esencial que nunca faltaba era la pizarra con su marco de madera, usada por todos, especialmente por los más pequeños, para practicar con las letras y las cuentas. Hay que recordar que en épocas de escasez, como fue la posguerra, el comprar un cuaderno, sin ser un lujo, no era un gasto superfluo. En la pizarra se escribía con el pizarrín, que era una barrita de pizarra blanda, que debía tratarse con cuidado, ya que si caía al suelo se rompía en pedazos. La pizarra se limpiaba de lo escrito con un trapo húmedo, o incluso en alguna ocasión con la manga del propio jersey, quedando lista para un nuevo uso. Creo recordar que había dos tamaños de pizarra, aunque la más habitual era de unos 26x18 cms. También usábamos libretas de unas cincuenta hojas, cuyas páginas estaban unidas por grapas, pautadas con líneas horizontales con la separación de una línea para la escritura manuscrita. Las tapas de estas libretas eran de un color azul pálido, llevando en la cubierta trasera impresas las tablas de las operaciones aritméticas. La libreta la usábamos para practicar la escritura, copiando de un libro, para los esporádicos dictados y para pasar a limpio aquellos trabajos que servían para demostrar los progresos que íbamos haciendo. Se escribía con plumilla y manguito, mojando en el tintero de porcelana que había en los pupitres. Se debían evitar los borrones so pena de recibir el correspondiente cachete del maestro, el coscorrón con los nudillos o el canto de la pizarra, el retorcijón de oreja, o la vara. Algunos llevaban la pizarra y la libreta en la mano, aunque otros llevábamos una cartera de mano para meter la pizarra, la libreta, lápiz, goma de borrar, plumilla, el catón, y poco más del escaso material para la escuela. Esta cartera podía ser de cuero, aunque la mayoría eran de un cartón piedra imitando la piel. Las chicas llevaban unas maletitas de chapa metálica o incluso una bolsa de tela hecha por sus madres.

la esencial pizarra en la escuela de la posguerra
Tradicional cuaderno pautado con las tablas al dorso
Plumillas con su manguito y tinteros

Mobiliario de escuela de principios S. XX
Las escuelas rurales de entonces eran escuelas unitarias, y mayoritariamente con separación de chicos y chicas, atendidas por un maestro para los chicos y una maestra para las chicas. Escuela unitaria quiere decir que había una sola aula para todos los alumnos, sin separación por edades o niveles educativos. La escuela se empezaba hacia los seis años y duraba hasta los doce de forma obligatoria, o hasta los catorce a criterio de los maestros, si bien esta última opción solo era posible en escuelas con separación de sexos. El horario era de mañana y tarde. No recuerdo con precisión las horas de entrada y salida, pero creo que no diferirían mucho de las que indico a continuación, que eran las más habituales en esa época. Por la mañana se entraba a las nueve y se salía a la una, y por la tarde se entraba a las tres y se salía a las cinco. La jornada escolar de la mañana se dividía por el recreo, que duraba una media hora.


El mobiliario de esta escuela unitaria en ruinas es parecido al que yo recuerno en la nuestra
Dentro de cada aula los alumnos se dividían en tres grupos: los más pequeños o de iniciación, los intermedios y los más avanzados o mayores. Los más pequeños se sentaban delante y los mayores atrás. El maestro atendía a los alumnos poniendo tareas diferentes según los grupos. Mientras tomaba la lección o revisaba las tareas de un grupo, los otros trabajaban individualmente. La disciplina era la norma. Seguramente los chicos del pueblo seríamos algo rebeldes y traviesos, pero las bofetadas y la vara ponían orden rápidamente. El maestro ejercía una férrea disciplina apoyada en los castigos físicos, transmitiendo la idea de autoridad y obediencia ciega, de la que no se cuestionaba ni el fondo ni la forma. Se pegaba en las manos o en la cabeza con la regla, o poniendo las puntas de los dedos juntas hacia arriba para pegar sobre las uñas, un castigo realmente doloroso. Los bofetones eran sonoros, e incluso se golpeaba con los nudillos o con el canto de la pizarra en la cabeza, llegando a provocar sangre en alguna ocasión, sin olvidar el retorcijón de oreja hasta el límite de su resistencia. Otros castigos consistían en estar arrodillado con los brazos en cruz o en un rincón cara a la pared. En muchas ocasiones estos castigos excedían claramente lo razonable.


Libro de lectura Manuscrito
La enseñanza primaria en la escuela rural era escasa y de poca calidad, manifiestamente deficiente. La enseñanza secundaria era inaccesible a la mayor parte de la población, quedando reservada a las clases acomodadas que podían pagar los colegios religiosos que la impartían casi en exclusiva. Las lecciones debían comprender la doctrina cristiana, deberes y formas de cortesía, letras y números e ideas claras y sencillas de las cosas. Las lecciones se solían recitar de viva voz, repitiéndolas muchas veces. Los métodos de enseñanza eran esencialmente memorísticos, tomando la lección de memoria, sin preocuparse si se entendía aquello que se aprendía como un papagayo. Ante la falta de objetivos académicos ambiciosos a cumplir y con una blanda inspección escolar, que habitualmente se preocupaba más por el comportamiento moral y religioso que por los conocimientos académicos, el nivel educativo alcanzado dependía del interés individual de cada maestro. Supongo que, globalmente analizado, el objetivo fundamental de la política educativa de la época era alfabetizar a la población. Alcanzado un nivel aceptable de lectura y escritura por parte de los alumnos, y las cuatro operaciones aritméticas, se daba por cumplido el objetivo educativo. Hasta donde yo recuerdo poco más se enseñaba, si bien había una enciclopedia en la escuela de la que solo se conocían las tapas. Poco o nada se enseñaba de otras materias como la historia, gramática, geometría u ortografía, aunque reitero que dependía mucho del interés de cada maestro.


Libro de lectura manuscrito
Muestra del libro de lectura Paises y Mares
Recuerdo que se usaban unos libros de lectura en los que el texto estaba manuscrito con muy diferentes estilos caligráficos, que para nuestra edad de entonces eran difíciles de entender, y mucho más cuando el dominio de la lectura aun estaba lejos de ser fluida. Uno se titulaba “Europa” y el otro “Países y Mares”, ambos de la Editorial Dalmau, correspondientes al segundo y tercer libro de lectura respectivamente. He tenido oportunidad de volver a ver estos libros, ya de adulto, lo que me permite tener una idea más objetiva de su contenido. Tanto uno como otro contenían un relato de viajes a través de distintos países, un estilo muy rudimentario de lo que hoy pudiéramos considerar una guía de viajes. Los protagonistas del libro iban contando su periplo a través de los diferentes países, ciudades más importantes, ríos y montañas, que enriquecían con relatos sobres costumbres, e incluso algún apunte histórico del país, o datos biográficos de algún personaje relevante. Cada capítulo estaba escrito con una letra manuscrita diferente, alguna de ellas bastante difícil de descifrar. Para una época, donde ya la máquina de escribir y los libros impresos eran la norma, considero anticuado y poco didáctico el uso de los textos manuscritos como base para la práctica de la lectura y del aprendizaje de otros conocimientos.

Libro con el que yo aprendí mis primeras letras



Para aprender a leer y escribir usábamos unos libros, que han sido clásicos durante muchas décadas, y mientras duró la escuela unitaria, hasta bien entrados los años 50. El “Catón” para los chicos y el "Rayas" que creo llevaban las chicas. Primero se aprendía a leer identificando las letras individualmente, vocales y consonantes. El maestro escribía las letras en la pizarra y luego con el puntero o la regla las iba señalando y los alumnos pronunciaban la letra en voz alta. Se pasaba luego a combinar consonantes con vocales formando sílabas que igualmente se iban repitiendo en voz alta por todos. Luego el maestro preguntaba a los alumnos individualmente, y cuando uno se equivocaba, la consecuencia era un golpe de vara en la cabeza. Bien conocido es el dicho de que "la letra con sangre entra". Una vez aprendidas las letras y sílabas y, en consecuencia, a leer, se comenzaba el aprendizaje de la escritura. Igualmente se empezaba a escribir las letras separadamente, repitiendo el modelo de cada letra continuamente hasta que se dominaba aceptablemente su escritura. Cuando ya se sabían todas las letras, entonces se ponían frases que se repetían en el cuaderno hasta completar toda la página. Aunque el dictado no era una práctica muy frecuente, cuando los mayores escribían al dictado, luego debían repetir las faltas cometidas veinte o treinta veces. Leer y escribir se sabía, pero no recuerdo que se explicaran reglas para evitar las faltas de ortografía sobre el uso de la b y v, de la g y j, la c y z, la h, etc. Tampoco recuerdo que se conjugaran los verbos ni las nociones más básicas de gramática. Como he dicho antes, salir del analfabetismo parecía una meta suficiente.


Otro pilar básico de la educación eran las cuentas. Saber sumar, restar, multiplicar y dividir era el objetivo, aunque a la división ya no todos llegaban. El aprendizaje consistía en cantar casi a diario las diferentes tablas, pasando luego a resolver operaciones que el maestro copiaba en el encerado y que todos tenían que solucionar en su pizarra. Las medidas del sistema métrico decimal, aunque yo no recuerdo haberlas oído en mi época de la escuela de nuestro pueblo, creo que sí se enseñaban. Las unidades de distancia, kilómetro, metro, centímetro y milímetro y sus equivalencias, así como las relativas a capacidad y peso eran también conocimientos esenciales a aprender para la vida diaria.

Tabla de multiplacar, tantas veces cantada!!!

Otro gran inconveniente de la enseñanza en nuestros pueblos ha sido el idioma usado en la escuela. Los libros y los conceptos se explicaban en castellano, cuando el idioma materno era el gallego. El idioma castellano tampoco era aprendido adecuadamente, obligando a los alumnos a aprender de memoria definiciones, recitados, el catecismo u otros conceptos en un idioma del que realmente desconocían el significado de muchas palabras y que finalmente nadie explicaba. Considero que se debe dominar el idioma del aprendizaje, como tarea previa a la enseñanza de conceptos más complejos. No está de más recordar que hasta mediados de los años 50 no llegó la electricidad y en consecuencia la radio a nuestras aldeas, por lo que el contacto con el idioma castellano era casi nulo. Los emigrantes estacionales que se desplazaban a otras regiones, junto con la escuela, eran las únicas fuentes de contacto y aprendizaje de ese idioma.
Chiste que ilustra la dificultades de estudiar en un idioma que  no se conoce bien

Medidas y equivalencias del Sistema Métrico Decimal

En la época de la posguerra, y debido a la confesionalidad del Régimen, se daba una importancia esencial al estudio del catecismo, especialmente las oraciones, mandamientos, pecados capitales, virtudes teologales, obras de misericordia, etc. que se aprendían de memoria como papagayos sin llegar a entender su significado real, ni ser explicados los conceptos más abstractos. El catecismo del padre Astete, o del padre Ribalta, han sido los medios clásicos durante varios siglos en la enseñanza de la religión católica, basado en preguntas y respuestas. Ambos eran padres jesuitas que publicaron sus respectivos catecismos como consecuencia de la reforma surgida del Concilio de Trento, a finales del siglo XVI. También la historia sagrada era una materia a la que se le prestaba especial atención, sobre todo en la escuela de las chicas, aunque dependía más de la actitud de cada maestro. Esta última asignatura, cuyo contenido consistía en relatos del antiguo y del nuevo testamento, era de mayor agrado que otros conocimientos más abstractos, lo que facilitaba su aprendizaje, ya que es bien sabida la inclinación humana a contar y escuchar historias.


La geografía que se aprendía se limitaba a conocer España, especialmente las distintas regiones y provincias que las componían. También se estudiaban los límites de la nación y los principales accidentes geográficos, como ríos y montañas, además del nombre de los océanos y continentes y poco más. Estos conocimientos se aprendían de memoria repitiéndolos en plan cantarín, sin entender la realidad de los mismos. Se aprendían las provincias de cada región, pero no se sabía dónde estaban situadas en el mapa. En consecuencia se olvidaban rápidamente.

Mesa del Maestro

La escuela diaria empezaba con el izado de la bandera y terminaba con su arriado. En la época de la posguerra me cuentan que se cantaba diariamente el Cara al Sol y los gritos de rigor "¡¡Viva Franco!! ¡¡Arriba España!!. Cuando yo fui a la escuela en los años 50 no recuerdo que eso se hiciera, salvo el izado y arridado de la bandera. Se comenzaba y terminaba la clase con una oración, que podía ser leída de un devocionario, además de un padrenuestro y un avemaría, que recitábamos todos de pie al lado de los respectivos pupitres o bancos. El nacional catolicismo imperante en el régimen franquista de la primera etapa, muy influenciado por la iglesia, ponía especial hincapié en la práctica religiosa, donde la enseñanza del catecismo y la doctrina cristiana predominaban sobre otros aspectos académicos. La iglesia estaba siempre atenta para condenar cualquier desviación de la moral oficial. Se rezaba el rosario muy a menudo y todos debían saber dirigirlo con los respectivos "misterios". Incluso había quien se sabía de memoria la letanía en latín.

Mesa de Maestro y estufa

Los maestros no tenían mucha motivación por enseñar, ya que tampoco era algo que se demandara por los padres. Para la mayoría, el saber leer y escribir y las cuatro operaciones era lo máximo a lo que aspiraban, ya que superaban el nivel de los propios padres y abuelos, entre los que todavía había algún caso aislado de analfabetismo. Consideraban que para las faenas del campo les sobraba. Por otra parte la mayoría de los chicos y chicas tenían que ayudar en los trabajos agrícolas de casa, por lo que a veces solo iban a la escuela una o dos veces por semana.


El maestro o maestra eran la autoridad suprema en la escuela y nadie cuestionaba sus métodos, ni los alumnos, ni sus familias. Si la maestra te mandaba llevarle el brasero a su casa después de la escuela, nadie cuestionaba la orden. En algunos casos el maestro llevaba a los chicos a plantar árboles en alguna finca propia, como actividad práctica al aire libre, que tampoco se discutía. Los castigos corporales se aplicaban según el carácter del maestro, y nadie protestaba por ello, aunque a veces excedieran lo razonable.

Mobiliario de una escuela bien dotada

La picaresca también era aprovechada por los alumnos. Cuentan que nuestro maestro ponía las cuentas en el encerado y no se molestaba en borrarlas una vez hechas para poner otras nuevas, sino que simplemente borraba el resultado. Cuando mandaba calcularlas de nuevo, ya los chicos tenían el resultado apuntado no molestándose en recalcularlas. Los maestros, mientras los alumnos hacían cuentas, leían el periódico o redactaban contratos de compra-venta de fincas o testamentos, cumplimentaban impresos, u otras tareas propias de un gestor administrativo que le encargaban los vecinos, recibiendo de los mismos numerosos regalos y atenciones por el día de su santo, ya que el aldeano que recibe un favor lo devuelve con creces, incluso privándose de lo necesario.


Esta descripción de la realidad de la escuela rural del siglo XIX, prácticamente permaneció inalterada por 100 años, desde 1850 hasta 1950 con pocos cambios prácticos. Las leyes cambiaron pero los métodos, los maestros y la mentalidad poco evolucionaron. Tal vez el único cambio efectivo fue que poco a poco se generalizó la escolarización hasta abarcar a la totalidad de la población infantil.

Aula propia de un colegio de los años 60

Es bien sabida la afición que tenía nuestro maestro D. Pepe al coleccionismo de sellos, contando con una considerable colección formada a lo largo de muchos años, donde aprovechaba sus desplazamientos a Orense o a Madrid para intercambiar o comprar otros ejemplares. Recuerdo que ya por los años 50 nos hablaba del mercado de sellos de la plaza Mayor de Madrid. Nos explicaba como despegar los sellos usados sin estropearlos, humedeciendo el dorso del sobre donde estaban pegados para ablandar la goma y así poder despegarlos sin dañarlos. Fruto de ese ejemplo, también yo empecé una colección de sellos que me acompañó en mi época colegial hasta los catorce años. También daba sellos a los chicos que con su navaja hacían alguna manualidad, reproduciendo algún utensilio de labranza en miniatura. Estos trabajos quedaban luego en la escuela como muestra de las manualidades a mostrar a la inspección escolar en las esporádicas visitas de control. Esta afición que intentaba inculcar a los chicos me parece de sumo interés. La filatelia, o arte de coleccionar sellos, es una afición formativa, ya que a través de ella se pueden adquirir conocimientos de geografía, según los países emisores, o historia a través de los personajes representados.

Aro para guiar

De los juegos infantiles recuerdo poco, porque tampoco se jugaba mucho. Los chicos ayudaban en casa desde muy pequeños en tareas adecuadas a su edad, como el cuidado del ganado, buscar agua a la fuente, acarrear leña para el fuego, llevar la comida al campo a su padre y similares, quedando realmente poco tiempo para el juego. Recuerdo que algunos tenían un aro de hierro que se guiaba con una barra con un gancho al final que permitía dirigirlo. También se usaba la peonza. Algunos se hacían unos zancos de ramas aprovechando una clásica Y para el apoyo del pie. Otros juegos de chicos eran la billarda, y subirse a los árboles para coger nidos. También se jugaba al marro, a la gallina ciega, al burro y otros menos habituales que ya no recuerdo. Las chicas saltaban a la cuerda y jugaban a la X o truco, dibujando en el suelo con tiza distintos cuadrados que luego a la pata coja iban recorriendo, empujando al mismo tiempo un trozo de teja con el pie sobre el que se apoyaban, avanzando de cuadro en cuadro hasta completar el recorrido. También hacían un corro cogidas de las manos y daban vueltas cantando distintas canciones infantiles. Otros juguetes comprados, como las muñecas, eran prácticamente desconocidos en aquella época.

Juego de la billarda

Hay diversas cancioncillas para recitar determinando quien queda libre o la paga en un determinado juego. Se va recitando sílaba a sílaba, señalando al mismo tiempo a cada uno de los que están en círculo, de forma que al que le toca la última sílaba, queda libre o la paga, según corresponda al juego.

Muñeca de percelana para las niñas de la capital

Don Melitón tenía tres gatos
Y los hacía bailar con los platos
Y por la noche les daba turrón
¡Vivan los gatos de don Melitón!


Unilla, dosilla,
Tresilla, cuartana
Color de manzana
Qué rica la pez,
A ti te va tocando la vez


Tu, tururú, que salgas tú,
Trás da iglesia do Vilar,
Cando sea pra xantar
Alá te irán buscar

Zancos infantiles

Cuando se esconde una piedrecilla o palito en una mano, y hay que adivinar en que mano está para quedar libre, se recita la siguiente cancioncilla para intentar acertar en que mano está.


Rabo de boi,
Rabo de besta
Dixo meu pai
Que batese nesta.

Tirachinas y batalla a pedradas
La Peonza - Otro clásico entre los juguetes de la época

Las escuelas unitarias desaparecieron de nuestras aldeas en 1975, cuando se abrió el Colegio de Enseñanza Infantil y Primaria, CEIP de Luintra. Este centro imparte enseñanza reglada para los niños de 6 a 12 años. Los que continúan los estudios secundarios lo hacen en el Colegio Público Integrado, CPI José García García de Mende (Ourense), donde se imparte la Enseñanza Secundaria Obligatoria, ESO para chicos de 12 a 16 años, que consta de cuatro cursos. Finalizada esta etapa de enseñanza obligatoria se puede continuar el estudio de Bachillerato en un IES o Instituto de Educación Secundaria, que consta de dos años más, donde ya hay especialidades orientadas a los estudios universitarios posteriores. Una vez aprobados los cursos del bachillerato, ya se tiene acceso a la PAU o Prueba de Acceso Universitario o selectividad, que es un examen para ingresar en la universidad. Dependiendo de la calificación obtenida, el alumno tiene preferencia para elegir carrera o universidad.

Muestra de libros de los años 40 y 50

Un hecho singular, que sin duda recordarán todos aquellos que en los años 50 fueron a una escuela pública en España fue el disfrute de la ayuda americana. El 23 de septiembre de 1953 se firmaron los Pactos de Madrid entre los Estados Unidos y Franco, que suponía de facto el fin del aislamiento al que estuvo sometida España desde el fin de la guerra civil, aunque ya a partir de 1947 se fueron abriendo las fronteras con algunos países europeos y comenzaron los intercambios de embajadores.  Este acuerdo contemplaba el suministro de material de defensa, la concesión de créditos y la autorización para la instalación de bases militares norteamericanas en territorio español, aunque en teoría eran de utilización conjunta.

Poster anunciador de la ayuda americana

Al margen de los acuerdos oficiales, también llegaron a España donaciones de alimentos que tuvieron carácter privado, por valor de 129,4 millones de dólares, procedentes de organizaciones católicas norteamericanas (National Catholic Welfare Conference), que se distribuyeron en España por Cáritas y en las escuelas públicas. Esta ayuda vino a paliar en alguna medida las carencias alimenticias de una España todavía hambrienta, recién salida de las cartillas de racionamiento. En los años 40 la tasa de mortalidad infantil era de 142 muertes por cada 1.000 nacidos, cuando hoy en día es de cuatro. Hay que recordar también el suministro de trigo argentino a España a partir de 1946 y hasta comienzo de los 50, vendido por Perón con créditos a bajo interés, que supuso un primer paso para aliviar el hambre y terminar con la supresión de las cartillas de racionamiento en España en 1952, además de suponer un buen negocio para Argentina.

Distribución de alimentos a los  más necesitados

La ayuda distribuida en las escuelas pública consistía en un vaso de leche que se servía por la mañana durante el recreo, y queso por la tarde acompañado de pan que debía llevarse de casa. Se repartió en los colegios públicos entre los años 1955 y 1963 aproximadamente. Los chicos teníamos que llevar un vaso, que se quedaba en la escuela, para servirnos el vaso de leche diaria. La leche en polvo se preparaba en la escuela de las chicas, diluyendo el polvo en agua caliente y removiendo. Allí acudíamos los chicos a la hora del recreo a bebernos el vaso de leche, terminando todos con el bigote blanco de la leche caliente.

Distribución del vaso de leche en un colegio
Distribución de leche en una parroquia

He podido saber que la ayuda americana consistió en un vaso de leche, queso y mantequilla que se repartió en todas las escuelas públicas en el período indicado. Yo no recuerdo que en la escuela se nos diera mantequilla. El queso si recuerdo haberlo visto y probado, era queso Cheddar, de color amarillento-anaranjado que venía en latas cilíndricas de 5 kilos. En general no gustaba mucho ya que era un sabor al que no estábamos acostumbrados y la propia consistencia del queso parecía plástica, pero había a quien le gustaba mucho. Se daba por la tarde como merienda para acompañar al pan que había que llevar de casa. En aquella época el único queso que conocíamos era el manchego, pero más de verlo que de comerlo, ya que era un lujo o capricho más que un producto de consumo diario. El queso de bola, parecido en consistencia al Cheddar, tampoco lo habíamos visto nunca.

Latas que contenían el queso Cheddar

He podido saber que en otros lugares los chicos debían llevar, aparte del vaso, una rebanada de pan por la mañana y azúcar, que se le untaba con mantequilla, que comían acompañada del vaso de leche. Dada la “picaresca” de la época, y la tradición del estraperlo, hay que suponer que alguien distrajo algo de esa ayuda en beneficio propio. No obstante hay que precisar que en general la ayuda llegó a todas partes, tal vez por el control que las propias organizaciones donantes ejercieron sobre su distribución.

Lata que contenía la mantequilla

Además de la ayuda distribuida en las escuelas, también había ayuda a las familias necesitadas que gestionaba Cáritas, y que en los pueblos administraban los párrocos, con los mismos productos indicados de leche en polvo, queso cheddar y mantequilla. Esta ayuda era totalmente gratuita, por lo que los productos en ningún caso podían ser vendidos ni destinados a otra finalidad distinta de su objeto asistencial. He leído comentarios sobre que algunas parroquias exigían alguna contribución a cambio de la ayuda, con el pretexto de contribuir a los gastos de distribución.


Evolución del sistema educativo español


Paso a exponer las etapas más importantes de la educación en España, de una forma muy somera y a título meramente ilustrativo para situar la época a que se refiere mi relato. Con esta perspectiva pretendo unir lo que pudieron estudiar nuestros abuelos con los que estudiamos nosotros y lo que estudian nuestros hijos.

Aula de una escuela de los años 50

La educación primaria, gratuita y universal, considerada como derecho, es una conquista social muy reciente. Antes de la existencia de las escuelas públicas, solo aquellos que podían pagar recibían una educación, cuya amplitud dependía de los medios económicos de la familia y del interés de los estudiantes. En líneas generales, se puede decir que solo la nobleza, la iglesia y la burguesía, conjuntamente con los comerciantes y los agricultores más adinerados tenían acceso a la educación secundaria y universitaria. La enseñanza de las capas más bajas de la sociedad era casi nula, lo que explica el nivel tan alto de analfabetismo. La tradicional emigración de nuestros paisanos fue un acicate para que aprendieran a leer y escribir, conocimientos considerados casi imprescindibles para desenvolverse en otros lugares ejerciendo trabajos ambulantes. En este contexto, previo a la aparición de las escuelas públicas, que en nuestra parroquia debió ocurrir hacia 1860-1870, es en el que se sitúa una institución propia de Galicia como son las “escolas do ferrado”.

Cartera de los chicos
Maletita típica de las niñas

En el diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España de Pascual Madoz, publicado en 1845, no consta ninguna escuela en nuestra parroquia, figurando dos en el municipio, una de primeras letras en Nogueira, dotada con 1.100 reales de vellón, y otra en Villar de Cerreda con la misma dotación económica, que eran costeadas por los vecinos. No es de extrañar la alta tasa de analfabetismo, solo combatida con enseñanza privada del tipo de las “escolas do ferrado”, cuando se quería salir de esa situación de marginación cultural.

La Enciclopeda Alvarez ha sido un clásico durante muchas generaciones

Como muestra de la dificultad en erradicar el analfabetismo en siglos anteriores, recordamos que todavía la tasa de alfabetización media de la población española era del 45% en 1900, no siendo hasta 1950 que alcanza el 90 %. Hay que decir que son cifras medias y para el tramo de edad de entre 25 y 30 años. La alfabetización de los hombres siempre fue muy superior al de las mujeres, si bien esa diferencia se fue acortando progresivamente, quedando reducida a seis puntos en 1950. En 1930 todavía el 24% de la población masculina y el 40% de la femenina era analfabeta.

Tradición de las escuelas de primeras letras en Asturias, muy similar al vigente en Galicia

Las “escolas do ferrado” son una creación específica de Galicia, especialmente en la Galicia interior, Lugo y Orense, aunque también se extendió a algunas partes de Asturias. Consistían éstas en que los vecinos de un determinado lugar pagaban a un enseñante o escolante, también llamados "mestres do ferrado", un ferrado de centeno, trigo o maíz al año por cada niño en concepto de pecio por las clases que impartía. Ya en el S.XX comenzó a pagarse a los escolantes, en algunos casos, el equivalente en dinero del valor del ferrado de cereal. Este precio general podía incrementarse si la enseñanza se hacía en una relación particular con una familia o dependiendo del nivel académico del niño y del tiempo que hubiera que dedicarle. El escolante impartía sus lecciones en su propia casa, de donde viene el término de "poner escuela", en alguna casa particular, o incluso en las diferentes casas del lugar de forma rotatoria. A veces ponía escuela colectiva para un lugar, y otras veces iba impartiendo las clases en las casas de sus alumnos, recibiendo también la comida, e incluso el alojamiento, como pago a sus servicios. En definitiva se buscaba el lugar más adecuado acorde con las condiciones de los alumnos y las necesidades de las familias. Era una enseñanza más intensiva que la oficial, ya que se impartía más concentrada en menor número de días, donde en el periodo invernal podía ser de mañana a noche y de lunes a sábados, para dejar libres los alumnos en la época de las faenas agrícolas. Esta formación solía durar dos o tres meses al año en cada localidad.



Como recordatorio para los no originarios de Galicia, el ferrado es una medida de volumen usada con cereales o legumbres. Era un cajón trapezoidal, del que adjunto una foto, aunque la medida no fue uniforme en todo Galicia. El peso al que equivalía el volumen contenido variaba según la comarca y el cereal medido, pudiendo oscilar entre los 12 y los 20 kilos.


La formación del escolante era muy limitada, no contando con un título oficial. En muchos casos su propia formación fue la adquirida en otra “escola do ferrado”, sabiendo leer, escribir, las operaciones aritméticas elementales y algunos conceptos ampliados por su propia iniciativa. Esa enseñanza básica de alfabetización se complementaba con conceptos necesarios para la vida práctica del labrador, como era el cálculo de la superficie de una finca, o la cubicación de la madera, o la redacción de un contrato de venta.

Cuadro para la enseñanza de las letras

La formación de los maestros oficiales hasta mediados del siglo XIX no era mucho más elevada que la de los escolantes. Todavía no se habían creado las Escuelas Normales de Magisterio, por lo que los maestros aprendían su oficio de otro maestro con el que estaban de ayudantes durante varios años. Luego se sometían a un examen y recibían la acreditación para impartir clases y poner escuela. Algunos escolantes fueron reconvertidos a maestros dada la poca formación exigida en esa época. Hasta la 1931, con la instauración de la segunda República, los maestros no necesitaban haber hecho el bachillerato. Un dato curioso es que en el siglo XIX Orense fue la provincia gallega con mayor número de escuelas públicas.


La R.O. de 1853 sobre preparación de los maestros, dice que debían tener conocimientos “sobre Doctrina Cristiana, letras y números, y las figuras, bastando en todo lo demás nociones muy ligeras”. Podían ejercer mediante un certificado de aptitud y moralidad expedido por la Junta Local y visado por el Gobernador de la Provincia. La Escuela Normal de Maestras de Orense fue creada en 1877. Hasta 1902 cualquier ciudadano podía libremente poner escuela, sin someterse a ningún tipo de examen. En España no hubo vacaciones en las escuelas públicas hasta 1887, en que se concedieron por primera vez 45 días de descanso.


La figura del escolante estuvo presente en el medio rural gallego en algunos lugares hasta bien entrados los años 50, cuando la presencia de las escuelas públicas llegó a todos los lugares. Por otra parte el escolante era una figura muy próxima a la sociedad donde ejercía su labor. Adaptaba su ciclo de enseñanza a las necesidades de la vida agrícola, concentrando sus clases en los meses invernales cuando la actividad del campo requería menos atención, dejando libres a los alumnos para atender las labores agrícolas cuando los ciclos productivos lo requerían. Era una figura de extracción popular, entendiéndose en gallego con sus alumnos, aunque la enseñanza fuera en castellano. En definitiva llenó una necesidad allí donde la oferta pública no llegaba, permitiendo una alfabetización que de otro modo no se hubiera producido. El número de analfabetos, que tradicionalmente fue elevado en España en los siglos XVIII y XIX, era en Galicia proporcionalmente menor que la media nacional. En nuestro ayuntamiento hasta mediados del siglo XIX solo había una escuela, demasiado distante para la mayoría de los chicos de un municipio tan grande y disperso. La única forma de salir del analfabetismo era este tipo de enseñanza. En la segunda mitad del siglo XIX ya se fueron creando escuelas en cada parroquia, extinguiendo progresivamente la figura del escolante y las “escolas do ferrado”.


He tenido conocimiento, según relato de mi madre, de que también en nuestra parroquia hubo una de estas escuelas particulares que encajarían perfectamente en las “escolas do ferrado” en su última etapa. En los años 40s, nuestro vecino Vicente Rico, oficial administrativo del Ayuntamiento, cuando residía en el lugar de As Pereiras, puso escuela durante los meses de invierno. Allí acudían a sus clases aquellos chicos y chicas que querían ampliar los conocimientos impartidos en las escuelas oficiales, o comprender lo que los maestros no explicaban y solo exigían memorizar. El carácter afable y próximo del escolante nada tenía que ver con el autoritarismo y los castigos físicos del maestro. Las clases se impartían en los meses de invierno, al anochecer, cuando ya se habían terminado las obligaciones del campo y el acomodo del ganado. El lugar de la clase era el típico de las “escolas do ferrado”, en un pajar, donde se instaló una gran mesa acompañada de unos largos bancos, todo ello iluminado con un candil de carburo. El contacto de los chicos con el escolante era cercano, aprendiendo y divirtiéndose al mismo tiempo, con libertad para preguntar aquello que no se entendía y sin miedo al castigo del maestro. El escolante cobraba una iguala por los meses que duraba la escuela que se pagaba en dinero.
 


En el Antiguo Régimen, es decir, en los tiempos del poder absoluto de los monarcas, hasta bien entrado el S. XIX en España con la muerte de Fernando VII, podemos decir que la enseñanza estaba basada en dos ejes fundamentales que configuraban el sistema educativo: el Altar y el Trono. Estos dos conceptos sintetizaban los objetivos de la educación que eran la enseñanza religiosa y la sumisión al poder absoluto del rey, como antídotos para contrarrestar “el germen revolucionario que imperaba en Europa”. Se dejaba a cargo de la Iglesia el control e impartición de la educación en las escuelas de primeras letras. La educación que recibían los nobles era muy distinta a la de la población común, y en ambos casos muy distinta según el sexo de los alumnos.


Consecuente con ese espíritu de crear vasallos serviles está el decreto de Fernando VII relativo a las escuelas de primeras letras, del que extraigo un par de párrafos como botón de muestra de la idea que se tenía de la educación a impartir en esas escuelas: “la enseñanza de la religión, la moral y el temor de Dios, como defensa frente a las pasiones y desórdenes de la Naturaleza y a la secta impía y desmoralizadora que ha corrompido de tal modo la doctrina y las escuelas”… “mis paternales desvelos por la cristiana y esmerada educación de los niños me hacían desear la mejora de las escuelas de primeras letras, donde todos recibieran la doctrina indispensable para que sean buenos cristianos, y vasallos aplicados y útiles en las diversas ocupaciones y ministerios de la vida civil y religiosa".


La Constitución de 1812, de 19 de marzo, en su título IX, que trataba de la instrucción pública, artículos 366 y 367 hacía referencia a la enseñanza primaria, estableciéndose la obligatoriedad de las escuelas primarias en todos los pueblos, añadiendo que los maestros se dedicarían a enseñar a leer, escribir, contar, el catecismo de la religión católica y las obligaciones civiles. Esta constitución fue abolida por Fernando VII, no siendo hasta después su muerte, acaecida en 1833, cuando los sucesivos gobiernos liberales la reinstauraron y desarrollaron. El informe Quintana de 1813 hacía referencia a la creación de escuelas de primeras letras en todos los pueblos de la monarquía con 500 vecinos.


La Ley de Instrucción Pública de 9 de septiembre de 1857, promovida por Claudio Moyano cuando era Ministro de Fomento, fue el primer paso serio para organizar la enseñanza pública en España. Su estructura permaneció básicamente inalterada hasta la Segunda República. La ley Moyano establecía como enseñanza obligatoria de los 6 a los 9 años. La enseñanza superior comprendía de los 9 a los 15 años. La financiación de las escuelas de primeras letras correspondía a los ayuntamientos, que la repercutían sobre los vecinos, siendo gratuita para aquellos que no pudieran pagarla. Establecía que en los pueblos de 500 habitantes debería haber necesariamente dos escuelas. Este objetivo tardó mucho en conseguirse. La enseñanza de las primeras letras era financiada por los ayuntamientos, la enseñanza secundaria por las diputaciones  provinciales y la universitaria por la Administración Central. En 1870 existían en España 25.595 escuelas y sólo 29.122 maestros, este dato indica que la mayoría de las escuelas eran unitarias. Hasta 1900 los maestros no son pagados por el Estado, sino por los municipios. Es en 1900 cuando se creó el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, cuyas competencias antes estaban incluidas en el Ministerio de Fomento. Durante la Segunda República se hicieron ambiciosos planes para construir escuelas, entre ellos el Plan Nacional de Cultura que preveía construir 30.000 escuelas en ocho años. La realidad es que solo se hicieron unas 12.000 nuevas escuelas. En el período 1939-1951 se crearon unas 17.000 escuelas y en el período 1951-1955 otras 5.573 nuevas escuelas.







Las escuelas graduadas, es decir, dividiendo a los alumnos en clases por edades y nivel educativo, aunque fueron establecidas por decreto en 1898, en realidad no se implantaron hasta 1931, en la época de la Segunda República, cuando el 95 % de las escuelas todavía eran unitarias en el conjunto del Estado. A pesar del incuestionable avance que se hizo por implantar las escuelas graduadas, la realidad es que el medio rural en general continuó como estaba, ya que no tenía alumnos suficientes, ni recursos financieros, para crear centros graduados.


La nueva Ley de Educación Primaria de 1945, que estuvo en vigor hasta 1967, decreta la enseñanza obligatoria hasta los 12 años y estableciendo el ratio de las escuelas de una por cada 250 habitantes. Las escuelas unitarias mixtas no podían admitir por encima de esa edad. Las unitarias separadas, según criterios de la inspección podrían admitir alumnos hasta los quince años, quedando de alguna manera al criterio del maestro y del inspector, ya que el exceso de los doce años era graciable. Hasta 1970 con la ley General de Educación del ministro Villar Palasí, no se estableció una enseñanza primaria obligatoria hasta los 14 años, puesta en marcha con implantación de la EGB o Enseñanza General Básica. Se creó un bachillerato de 3 años, el BUP o Bachillerato Unificado Polivalente, y se incluía la Formación Profesional para jóvenes de 15 y 16 años que no deseaban seguir estudios universitarios.

Recuerdo escolar habitual en aquella época

Para terminar, y a título ilustrativo, figura la retribución base anual de los maestros del período 1940-1960, que nos dan una idea de los sueldos vigentes en esa época.


1940                         3.000 pesetas
1945                         6.000
1950                         7.200
1955                       10.000
1960                       16.920


A esto habría que añadir la antigüedad y algún otro complemento. Se jubilaban a los 70 años, con lo que poco podían disfrutar de la jubilación teniendo en cuenta la esperanza de vida de la época. La esperanza de vida al nacer en 1950 era de 62 años y en el año 2000 rondaba los 80 años, datos medios del conjunto de la población, ya que las mujeres tienen una esperanza de vida de unos cinco años superior a los hombres.


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